Doblezero

CUANDO AMA UN HOMBRE A UNA MUJER

Entre la niebla fugitiva era la montaña como de acuarela
y el deseo en nuestros parpados mariposas que del viento,
en la algazara triunfal de la diosa primavera,
extraían el color y el oráculo del silencio.

Bailaba danzante entre los arbustos,
un copioso suspirar de excitados velos,
de cortinas musicales en la forja del farero
y el silbido de un gorrión se arrimo por el abuso
de una de sus transparentes cabelleras,
para hacer una trenza en ese punto,
bajo una atmósfera titilante de cerezas,
donde nuestros labios encontraron,
en el lazo furtivo de la brisa,
un panal de besos alocados.

Con un cosquilleo se auguraba entonces el conjuro
que del amor aparece, como un juglar con cascabeles y cintas
que, junto a saltimbanquis y equilibristas,
bajara por la calle rodeado de un éxtasis de niños
y embeleso en la mirada de las niñas,
al par que entre la madreselva el mirlo
perfumaba el sendero por segundos
con sus dotes deslumbrantes de armonía.

El día escalaba con su luz amarilla
y las flores vertían peldaños de polen,
al tiempo que revivo el despertar de las caricias,
con una lenta lengua en tu mano y la mano en mi mejilla,
como la luna acaricia el rostro de la noche,
como el sol arrulla el azul del mediodía.

Solo puedo decir que el que ama un instante
lo recuerda para toda la vida,
y allí estábamos los dos, en la fronda espesada,
en medio de la magia del verde circundante,
donde la rosa sorbe un corazón en la axila,
el río dichosamente extiende una sabana
donde las estrellas en su espejo estancan
y el efímero saurio alza su semblante
para vigilar a dos amantes,
donde tu me pareciste una ágata,
un guiño de la lluvia cristalina,
porque si eres preciosa de cara
tu interior simplemente maravilla.