Corona cada casa,
bajo la antena un televisor,
frente al televisor un televidente
bajo el televidente una butaca crujiente
y bajo la butaca crujiente un ratón
comiendo las migajas de la gente,
y sueñan todos
que su casa tenga la mejor antena
que su sala ostente el más caro televisor,
para poder ser el más fino televidente
sentado una mantecosa butaca crujiente
comiendo migajas como un ratón,
por entre la pervertida antena
que galardona la casa arrendada
llegan los vientos de la modernidad,
los romances vespertinos y perfectos
los héroes que nunca caen en calamidad,
la comida virtual que no engorda
y las formulas vikingas de la felicidad;
el televidente se entrega fácilmente
a esa tarea esplendida de marchitarse
ingiriendo ese veneno adsorbente;
de la vertebrada televisión los hijos
aprenderán sus primeras palabras
y sus primeros inocentes pasos
serán hacia la psicosomática pantalla,
las divas les enseñarán a decidir
pero su futuro no será una novela rosa;
la planetaria dominación televisiva
ya no se salvan ni los teléfonos chavales
ni los espaldares románicos de los autos,
un televisor refractario en la cocina
y el baño uno rubio para el incauto;
pero cada antena con su hipnosis
y con sus títeres hipnotizados cada televisor,
teleaudiencia submarinas y adictas
mecidas en las olas del consumismo,
y cada hombre con su terco egoísmo
y cada televisor pudriendo al hombre,
pero detrás de la traficante televisión…
el oscuro dios de la programación.
JOHN WILLMER