Caminaba por la calle
despacio, mirando el aire,
y de pronto una música llegó desde algún piso, alguna esquina, algún cielo oculto.
No se veía a los músicos,
pero la alegría de sus acordes me movió el alma.
Respiré profundo, convirtiendo el aire de la ciudad en mi energía,
y pude notar cómo mi cara se abría en una sonrisa.
Otro hombre otra mujer enfrente de mí
también se pararon a escuchar.
Nos miramos, asentimos con la cabeza,
y nuestros pies, ellos solos, comenzaron una danza circular
que por un rato
rompió el aislamiento de la ciudad.