Háblame, amor,
de las cigarras dormidas bajo los abrojos
esperando la lira de unos labios.
Dime si conoces ese hilo de plata
que la magia del caracol ha dejado
colgado en mis mañanas.
Háblame,
de la voz del viento y de la sal
en el baile ancestral de las mareas,
del arrecife lunar inescrutable.
De la rosa que se marchitó en tus ojos
inalcanzable para tus manos soñadoras.
Cuéntame de la soledad que has colgado
en mi ventana como una hoja en blanco
y que no acierto a descifrar.
¿Será acaso como la runa de Odín?
¿El todo o nada, un salto al vacío, una prueba de fe,
blanca, como la conjunción de todos los colores?
Descíframe, amado mío, el misterio de lo inexpresado,
quiero creer que es el camino del alma
sin guías ni dogmas, sólo amando,
¡Sólo amándonos!
Yo soy
la que atisba detrás de los crines de la noche,
esta noche que se desliza ligera y prohibida
como mi urgencia de humedad y desenfreno.
Yo soy la que aguza los oídos
a la hora en que las ramas del ciruelo
se quedan sordas, sin sus pájaros.
Háblame, amor, del valle de la risa
donde se han ido a refugiar todas las flores
como cascada torrencial de perlas y violines.
Allí el alba llega como una turquesa iridiscente,
encendiendo el día de miel
y de traslúcidas alas perladas de rocío.
El otoño ya ha bajado sus ópalos maduros
y el aire es más fragante,
porque ha alcanzado la edad de los magnolios.
Cuéntame dónde quedó aquella ala veloz
que sobrevolaba el filón de los metales
los sauzales del cobre, la harina estelar
del salitre encanecido.
Amor mío,
¿llegarás derribando los portones del silencio
de mis suaves dunas maternales?
O sólo me arrastras en las mareas de tu lengua
a la fosa de tus huesos, al cromático galope de
tu pecho.
Alejandrina
del libro Los ríos del espejo