Yo quería ir a la luna,
quería el mundo recorrer,
quería curar el cáncer,
quería la pobreza disolver;
quería a las profundidades descender
y nuevos mundos conquistar
orquídeas cultivar
y un millón de niños criar;
quería escribir poesía
y musicalizarla
y subir a un escenario
y al pueblo entregarla
Y trazando garabatos
sobre la pizarra
se me fue consumiendo la vida,
se me apagaron las pupilas,
se marchitaron mis sueños;
y me sentí frustrado
repasando con cada niño
el pa – pe – pi – po – pu
Una tarde me acomodé
frente a mi puerta
viendo la tarde pasar…
llegó el cartero,
me traía a entregar
cartas de viejas amistades
que no había podido olvidar
El que platicaba mucho,
la que de clase se escapaba,
el que aprendió a fumar
tras del salón;
la que vino por un consejo
cuando en su vientre
se acunó el fruto del amor,
y lloró en mi hombro
ante mi silencio de comprensión;
el que escondía las canicas,
el de las eternas golosinas
y el que en el salón siempre se durmió;
el histrión,
el taciturno…
Todos habían tomado sus caminos
y por medio epistolar
hasta mi regazo volvían;
y los había doctores,
bohemios,
soldados,
agricultores,
científicos,
amas de casa
poetas,
cantores…
y en común las misivas repetían
que allá donde triunfaban,
o fracasaban, ¿Por qué no?
algo de mi
les acompañaba
y dibujando una sonrisa
sobre el mapa
con que el tiempo
mi rostro marcara,
limpié la humedad
que el viento arrojó
sobre mis espejuelos,
y me dije para mi mismo:
vaya cuantas cosas he hecho
lugares donde he estado
sin levantar el culo
de esta vieja mecedora