Como póstuma oración de atardeceres,
pasa la noche en soledad de vieja alcoba.
Un perro sin nombre
ladra notas de melancolía
en una calle que se pierde en otra calle.
Siempre puedes ver el alma de los perros
en sus pupilas encendidas por la lluvia.
Esta es noche de adiós y bienvenida,
de fiebres pálidas y naufragios en aguas benditas.
La última página de septiembre
alumbrará el primer cielo de abril.
Hay una ciudad que se hunde
en la quietud de habitaciones vacías,
anclada al fulgor de otras madrugadas,
memoria de arrasadas luces,
que vive de la sed y del olvido.
Sé que ya no soy el mismo,
que me ciega la costumbre de asomarme a los abismos,
que, a veces, me quedo en la piel de las palabras
y que desaparezco en las huellas de la orilla.