Solo el sol que no discrimina
alienta por la ventana de una
casa abandonada al niño mendigo.
Tiene las plantas de los piés
encallecidos con polvo adherido
de mil calles.
Hay camarones renegrídos
en el suelo, el niño parece
meditar para sus adéntros,
si vale la pena salir o echarse
otro sueño que le proteja de
una realidad sin afectos y
sin juegos, a sus piés
vemos una manzana descolorida,
y el único recuerdo que le trae
vida a este niño murillésco es un
cántaro de barro oscuro y húmedo
de aquella ciudad de luces y sombras
que era Sevilla.