Esa dama a la que amo,
me enloquece con sus engaños;
me fascina con desengaños
que elevan mis suspiros
de lirio desmayado y frío.
Esa dama cruel, me tortura
con el amor no correspondido,
me hace envilecerme
con el vaivén de sus desvaríos
y con la negra rosa de la muerte.
Amable y gentil, llena en beldad,
pero su suave hablar de huerto
escarchado de fresa y chocolate,
me mata y deja del todo yerto
al negarse a darme su felicidad.
Su negación me llena de vida,
su desprecio me llena torpe,
su mirar me custodia y cuida
aunque sólo sea su nombre
el que mi alma negra, así, me priva.
Me enamoro, más ella juega
con mis puras y tenues intenciones;
y en el llanto amargo de mi lecho
revive su rostro de luna virgen
con un suspiro fútil y estrecho.
¡Qué más puedo esperar!
Si en la noche incandescente
de su amor jamás logrado,
me veo fatuo y derrotado
ante de su faz resplandeciente.
Mi boca se torna en el yermo
más ardiente y despiadado,
al enunciar su bello nombre
que jamás será olvidado
por éste vil, nunca recordado.
Esa dama desea con vehemencia,
que del elíxir de Afrodita
beba sin control ni mesura;
a cambio, en mi sola demencia,
me abandono al que mal incita.
¿Qué más diré sin hábil cordura?
¡El amor fémino no perdura!
¡Jamás me brinda de suerte!
Se deleita en mi mala muerte
que me deja sin su fortuna.
Esa dama, llamada \"Pasión\",
sólo enciende la roja sangre
que en mis venas luce carente,
si ella me toca cual luz de neón
me vivifica, me mata, me miente.