En la tarde el cielo derretía
(casi estrellada y ya con luna),
el bosquejo de lo que fuera un día,
sobre el inmenso lienzo de su puna.
En mi ser la agonía era pura:
se volvía de vidrio mi alma,
mientras recorrían su figura,
mis ojos repletos de calma.
En su tarde mi mirada difluía:
trataba de volverse día,
de pintarse,
sobre su inmenso cuerpo que amanecía;
ella trataba de anochecerse,
de ocultarse.