La noche era pálida por la luna creciente. Tú ya no estabas, ni estarías o estuviste.
Estrellas había pocas, y palpitaban, palpitaban y brillaban como lo hicieron tus ojos que alguna vez no vi.
Sabía que algo tenía en mi pecho, algo que dolía, explotaba sin cesar y quemaba, ardía.
La humbría como mi cobijo, limpiando mis lagrimas, la luna sobre mi, de compañía oportuna, tu recuerdo sobre todas las cosas. Tus memorias sin saber de mi.
Era una noche cualquiera a la espera de tu ausencia y como siempre y como nunca, de sus consecuencias.