Una invasión a puertas cerradas.
El bosque rompe un rayo:
Vos y yo, claramente asomados al arroyo
Que se anega en la tiniebla y nos nombra lentamente.
Hay tu voz, pero es de azufre y carbón atizado en la fragua.
Hay una ventana en la pared y da a otro muro
(Puedo ser mudo, pero mi carne habla a gusto).
Te repantigás como si el universo se estirara en tus piernas.
Bajo la constelación del escorpión,
Alzás para que beba la febril saliva de tu amabilísimo veneno.
Pura inversión de cielorrasos incendiarios.
En la superficie tiembla el fondo:
Veo tu perfil grabado en plena noche sobre mi pecho,
Lo que raspa de tu abrazo convirtiéndose en moretones.
He roto el espejo para que mi faz lograse alguna libertad.
He fallado en mis últimos exilios
(Pero acá me tenés, tumbado entre tus sábanas de hojarasca).
Una carcómica quiromancia nos va desnudando.
Rapaz teje tu labio la fusta de nuestra unción,
Como en -aquella- tu quimérica deshora y -aquel- mi alucinado insomnio.
Afuera por fin desgarra la lluvia su cáliz de perdones.
Adentro, quietamente compruebo el reloj.
Nos vestimos sin mirarnos, conscientes del guión.
Es la lluvia y la hora de marcharme.