A veces se me cuela por el discurso,
un silencio insoportable, agudo, ralo,
y dudo de ese mañana impreciso, turbio,
y tengo ganas de que por un segundo,
compacto e insoportable se haga presente,
se congele esa imagen, para ser y no permanecer.
Tal vez, ese segundo sea una complicidad, un introito,
un cable a tierra insuperable, un desconcierto, un manojo
de minutos adeudados por la vida, pero quién sabe, a lo mejor,
se deshaga en un beso y deje de ser la mueca o el gesto demorado.
y la mirada cruce el umbral de un saludo y deje de ser sonrisa, danza,
y se vuelva fuego, remolino, insospechadamente río donde el silencio se vaya.