No muere la palabra por ser ignorada
como no muere la injusticia
por negarle una gota de mirada
Desde el claustro obscuro
donde la noche le ha ignorado
bebe un sorbo de luz
de esa que se cuela
por la mueca de ventana
Abre las extremidades
para recibir una nueva promesa de vida;
con su dorso remueve de sus pupilas
todas esas malas vibras
que al precipitarse en la cama
con su gravedad se derraparan
Extrae desde un cóncavo en la piedra
con su jícara la intensión de renovarse,
de presentarse como un ser nuevo,
un ser distinto…
mientras estriega sus hemisferios
con cenizas remojadas
en una mítica ceremonia aséptica
Luego con el sol al hombro
y los manantiales desde sus sienes
se dispone a crear poesía…
desde su analfabetismo
ha aprendido
de las medidas del surco,
de los tiempos para siembra,
y para la cosecha;
no conoce de rimas
ni de estructuras
pero sabe como matizar
las semillas,
en tiempos y momentos
para el fenómeno de polemizar
y el fruto mejorar
Cuando el sol ya cansado
se descuelga por su barbiquejo
para irse a cobijar
bajo la fronda
regresa sobre sus pasos,
sobre un camino
que ya su memoria y rutina
conoce perfectamente
se desploma sobre un entretejido
de enequenes, mugres,
sueños y esperanzas,
todas amalgamadas
con una mezcla de sangre, sudor y lágrimas
y prende un enrollado de tabaco, saliva y recuerdos
para que a los jejenes
se les haga más fácil ubicarlo
Una lágrima curiosa
se asoma por sus tiesas pestañas
para irse acomodado
entre los ralos pelos del bigote
y quedarse contemplando
como las luciérnagas
jugando a las escondidas
en lo alto del cielo se refugiaron;
desde sus entrañas
un recuerdo regurgita
y saborea un momento
para luego lanzarlo
en un escupitajo
como quien arroja el fuego;
y mientras los callos de sus dedos
acarician queloides
que el tiempo le regalara
va sucumbiendo a un sueño
que siempre ha mantenido
como única propiedad privada:
que su cosecha tenga la gloria
de ser solución alimentaria