Trazos peludos, volúmenes de asimetría recorriendo el lienzo. Formas que cobran vida estallando.
Corrido el carmín colorado, destiñendo, siendo acuarela difuminada con agua.
El pincel está torpemente vago, no le apetece moverse. Húmedo espera, que en la espera, el cálido viento no lo reseque. Gotea manchando erguido su mango.
--Un rostro femenino maquillado, dormitando en el cansancio después del trasnochar, pidiendo a gritos el ser limpiado, de los humos, de los sofocos, de las pinturas que embellecieron con subidos marrones su piel de mujer.
Estuvo esa noche, deseada y querida, admirada y pretendida. Aún así olvidándose del adiós, marchó para reposar.
Es cierto que la mano que sujeta a este pincel, pintando a esta muchacha , de rasgos faciales lineales y duros en esta hora de retiro, esta mano anda ocupada también con otras tantas historias. Late, bombeadas sus venas, por el circular alternante de unos pensamientos, de unos sentimientos, de una locura, de una sinrazón.
Intermitencias en las pinceladas. Las pausas conceden la gracia del siguiente trazo, los resesos iluminan. Ahora pinta, ahora aparentemente ya no pinta nada. Expresa y cuando esto no hace lo pretende.
--Saca sus zapatos de tacón con el pulgar de su inverso. Negros con brillo, caen agotados. Por el baile, por el traspiés en las escaleras del servicio, por la corrida calle abajo en el alcanzar del taxi que escapaba sin verla. Ya terminó para ellos este día, quedan tocando sus largas puntas, boca abajo, a un lado del pie de la cama.
Aún así, no deja de crear ese binomio que salpica, es un pincel y el artista. Unas veces con tímido disimulo no se atreve a contar nada. Otras, muestra con aspavientos asociados en desdén, su convivir con la destreza.
Por la mente ocupada. La mano ayudada por sus dedos transmitiendo. Ocupada con la pincelada que da coloreando, rellenando el interior de un carbón.
--Bajó y bajó la seda azul de su vestido, redibujando fugazmente sus perfectas formas.
Hasta sus tobillos cae la pieza, el suelo queda impregnado en el sudor del perfume de esa ropa empapada de mujer.
Enebrando, atenta ella, el hilo en la aguja que coserá una asa del bolso que se rompió del peso. Rompió cargando atentos regalos cuando anduvo ya de vuelta. Bolsa que la acompañó marchando allí, volviendo de allá, en la que guardó y guardará las ropas, los útiles, para cualquier obligado o anhelado próximo viaje.
Al pasar de la viñeta, el pincel muestra su cuerpo desnudo, ladeado sobre la cama. Moradas sabanas cubren sus piernas dejando libres, a la vista, sus tobillos y sus pies, sus largos cabellos cubriendo las mejillas, se intuyen sus labios, se ve solo uno de los que son abiertos verde esmeralda, sus ojos.
Fue, estando dormida, como descubrió lo que había. Retornó, con el pincel asido a sus dedos, de la viñeta trazada a la realidad, de lo habido, plasmó ese cuadro en retablos, coloreando al pájaro que vive en ella, mostrándomelo en todo su esplendor, en su vuelo.