Me duelen las sienes al recordar
tu cómplice y ancha sonrisa
mas estoy aprendiendo sin prisa
a recordarte sin que me haga llorar
el negro agujero de tu ausencia
Y he aprendido que la paciencia
es quien me enseñará a andar
sin buscarte en cada cosa
sin escribirte en cada prosa,
quien a la vida me ha de empujar.
Cuando la trompeta suene
de tu propio arcángel Gabriel,
acordarte habrás de aquel
a quien tu recuerdo le duele
y a tu paso no caminó
porque un día se apartó
de la fé que hoy no tiene.
Al dejar la lluvia en el aire su aroma
y humedecer suavemente la tierra,
en mi cabeza habrá una guerra
sin armas sin paz y sin palomas;
y por última vez volveré a pisar
con el deseo de poderte honrar,
aquel amado suelo que hoy abonas.