Apenas mi luz parpadeaba. Sólo su presencia despampanante lograba debilitar hasta el más fiero león hambriento de amor.
Un suspiro, dos.
Melodías vagando por el efímero camino que rodeaba mi aura, mis ansias de encajar, inválidas ante tan gran tormenta de emociones inhóspitas.
Mis pupilas rodearon el rostro de su persona; dorados haz palpitando entre las venas melódicas que brillaban en ella esparciendo una tinta imborrable que nunca nadie pordría acallar.
Luego, me situaba yo; marchitados olvidos, todos mis haz rotos, escampando el veneno que burlaba de mí, demoníacamente. Victorias en vano recorriendo cada ventana de mi corazón.
Las personas; ahí, presentes, sonrientes.
Y yo; allá, lejos de lo inédito, rodeada de rarez, de lo extraño. Y ninguna forma sobrenatural podría tapar la vergüenza con la que sorteé mi mente, o mi ser. Ese oscuro círculo que trazaba mi cuerpo ardiente de amor, de deseo. Ese umbrío don equivocado, avergonzado de sí mismo, de su ráfaga de viento vagabunda, mendigante de lustre en cada tacto de sus labios. Mendigante de vida, mendigante de felicidad.
Ahí estaba ella; los aplausos, esas contínuas línias de éxito, esos instintos vibrantes que su cuerpo desprendió el mismo día que vio la luz en este mundo lleno de miserables parpadeos.
Esa magia que nadie conseguía evocar.
Después estaba yo; el telón color negro invadía cada trozo de mi alma suspendida en el aire, en lo inalcanzable, en los sueños de tener luz propia y saber transmitirla a los demás haz de plata.
Quedó mecida mi agonía, mis recuerdos. Ni las horas ni los minutos; el telón separaba cada aura. El telón se distinguía entre lo que estábamos predestinadas a ser.
Ella, luz.
Yo, penumbra.
Ella, seducía a la vida.
Yo, a la muerte.
Tal vez nadie se percatara.
Sin embargo, yo sí.
Y entre todo ese barullo de personal, sólo ella era capaz de sorprender con sus verdes ojos.
Y entre todo ese barullo de gente, me asignaron como la soledad que me caracterizaba. Una soledad propia de la oscuridad.
Necesitaba salir de ahí.
-AMS.