Esa mañana llevabas puesto
tu vestido de flores.
Ese que tejiste en primavera
con hilo de araña,
tan efímero y ligero
que dejaba entrever el cielo
a través de sus puntadas.
Trazaba la curva perfecta
de tus pechos, de tus nalgas
de tus muslos, de tus caderas.
La curva perfecta de la burbuja
en la que estabas inmersa,
flotando ingrávida,
tan efímera y ligera.