Alberto Escobar

Deshonra

 

 

No puedo dejar de pensar, ni por un instante, en las fechorías de
que fui objeto Manuel, me dijo Fabiano casi con lágrimas en los
ojos.
Según pude averiguar, Fabiano Sánchez Ferlosio, que así se llamaba
mi amigo, digo llamaba porque desgraciadamente no pudo superar
la angustia que lo estranguló a raiz de todo esto, regentaba una joyería
que heredó de sus padres, con la diligencia y saber hacer de que eran
acreedores desde siempre ; no en vano sus abuelos y antecesores, al
igual que su padre, tenían la fama, en la barriada, de ser grandes joyeros
y mejores personas.

Remitiéndome a los hechos puedo referir que, un veinticinco de marzo de
mil novecientos treinta y cinco, a las once y treinta y seis, cuarenta segundos
y dos décimas de la mañana, hacen percutir las sonajas del portillo de entrada
dos señores, vestidos de negro, corbata y maletín, que preguntan por él para
hacerle saber que es deudor de un montante de quinientas mil pesetas en
concepto de ingresos por venta de estupefacientes.

Fabiano no daba crédito a lo que estaba oyendo. Les aseguró a los nefastos
visitantes que debía ser un error, que él no traficaba con tales sustancias, a
lo que replicaron que el acreedor les notificó que el nombre del deudor se
correspondía con el suyo, y que se trataba de unas ventas realizadas y no
satisfechas.

El caso es que Fabiano estaba sufriendo desde los primeros años de la
década de los treinta una situación económica muy difícil.
La crisis financiera mundial derivada del crack de Nueva York se dejó sentir
en su entorno, considerando la condición obrera de la mayoría de la población
de la vecindad, con la consiguiente disminución de los ingresos, ya que, como
es de entender, las joyas son bienes suntuarios y por tanto prescindibles, sobre
todo en coyunturas como la presente.
Ante tal tesitura tuvo que recurrir, a espaldas del saber de todos, al tráfico de
drogas, que se desarrollaba en zonas de la ciudad lejanas a su vivienda, para
no levantar sospechas.

El descrédito aparejado al alboroto que suscitó su final conocimiento entre sus
vecinos lo sumió en una depresión que lo arrastró a la muerte en cuestión de
meses.
Para sobrevivir él y su familia se vio en la necesidad de dilapidar la nombradía
cosechada a fuego lento durante generaciones.
Aunque, por descontado, no fue su intención...