Como pesa el costal nocturno,
repleto de recuerdos segados
en la hoz encendida con penumbras.
Qué frío es el manto espeso
cuando los colores demiten su presencia,
y las cosas custodian su habitual letargo.
Qué empapado de luz tenue estoy ,
distante,
respirando el simún de esta llama,
montado al vaho imaginario
donde se dibuja tu existencia.
Me crecen ramas secas,
hiedras briagas en desidias,
tiritando en trance somnolientas.
Quisiera ir muy lejos,
deshabitar el camposanto heredado
del insomnio,
morder el trigo de la piel,
beber en las grietas de los labios,
la altura de tu pecho.
Irme tan lejos como pudiera,
lejos,
donde tu boca empieza.