Para el que mira sin ver, la tierra es tierra, nomás.
Nada le dice la pampa, ni el arroyo, ni el zorzal.
Atahualpa Yupanqui.
En la siesta adormecida y sus fragancias
ardiente el sol, vertical sobre la tierra,
se distinguen los manzanos en rojo maduros
y las mentas ribereñas de mi arroyo enamorado.
Los perfumes de hongos del pinar cercano
llegan con la fuerza en esa siesta de febrero
donde los sauces regalan sus sombras,
a mi contemplación quieta y callada.
¡Qué fragancia de esa siesta!
Salpicada de colores, es calandria y es zorzal,
es frambuesas y es chañares
y es espinillos dorados en las piedras del peñón.
Es que no miro sin ver.
Y lo que veo me llena el alma de conmociones
y me las llevo conmigo porque suele suceder
que pueda necesitarlas cuando conmigo no estén
ni la siesta y sus fragancias, ni ese febrero con sol.
De mi libro \"Desde aquella Strelitzia\". 2014 ISBN 978-987-1977-32-1