a Carmen
No se entiende por qué no debería corretear
al igual que una niña arriba y abajo por la calle
aunque ya es una mujer
con sus secretos y trucos
que ya no juega a la rayuela ní salta la cuerda
sino que muy seria se dobla en su telar
entretejiendo y soltando los hilos de la urdimbre.
Ya no corre ni grita
como una niña indócil, rebelde,
sino que está sometida a la compostura del rol.
Solo sus ojos brillan y su boca ríe.
No hay siquiera un vago presagio de muerte
en sus gestos francos, en su paso seguro,
pero ya la muerte la ha agarrado por adentro,
la tiene apretada en su puño, la deseca y vacía.
No se entiende por qué
no corre hasta quedarse sin aliento
para escapar de la emboscada
que le han tendido; por qué
no grita con su voz límpida de antes
para que la ayuden a ahuyentar al asesino.
No se entiende por qué prefiere
encerrarse silenciosa en sí misma
y dejarse llevar sonriendo.
Es de veras difícil entender
cuánto fue feliz en el último momento
antes de dormirse para siempre;
cuánto fue luminoso su rostro
cuánto alegres sus palabras
cuánto llena de amor su voz.