Am. S. D

La vida de un hombre muerto.

Dos minutos pasaron y ya el viento triste paseaba por calles ajenas de nombres que nunca podrá leer.


Olía a tarde húmeda sedienta de miradas grises, 
cuando de pronto un viento debil no dudó en morirse
justo en la caída da de aquel aliento ahumado que castigó al cielo con sus llamas de fuego negro, sin percatarse, que esos labios agrietados dadores de aquel hedor a muerte, aún guardaban vida,
aunque intentase quemarla con cigarrillos de papel ausentes de historias escritas,
se movía.
La vida de su alma en gesto, aun existe en él cuando nadie la ve.
Cuando se desliza por putrefactos quejidos de suelo mojado
Lamentándose en el secreto de una lluvia que no cesa.
Porque vive en un invierno moral
que pesa,
Pero se tiene a si mismo
O eso dice
Se tiene a si mismo
y al beso que un portador de luz condenado a prescindir de sus alas, le robó de los mismos labios que ahora sueñan en tragarse sus propias tinieblas para dejar de soñar.
Para dejar de marchitarse en rincones donde la lluvia no llega
Y darle paso al miedo que sus entrañas sienten al latir.


La bruma de su pecho persiste
y no se resiste su cuerpo en morir.
Se deteriora su piel de ánima vencida
mientras sus ojos sin memoria ya no sueñan.


Ahora detente y mira sus manos.
Sus manos tiemblan. 
Conmovidas sin cesar como la lluvia que le inunda de miseria. 

 

Sus pasos insisten en no desvanecerse. 
Y sin él saber por qué
Camina por senderos de piedra olvidada
Sin dejar huella
Pero camina.
Buscando con sus manos ciegas
La sombra de aquellos días
Donde la vida de su alma en gesto existía cuando alguien se giró para verle.