Alberto Escobar

Coincidencias

 

 

Me reconozco el defecto, si considero la perspectiva del mandarín,
o la virtud, desde mi perspectiva, de rebelarme cada día, y con más
intensidad diría con el paso del tiempo, contra la arbitrariedad del
que se sabe depositario de la confianza, inane en la mayoría de las
ocasiones, del que dirige, del que tiene entre sus manos el volante
del poder.

Valgan estas palabras como preámbulo a la peripecia de Evandro, 
que se contaba entre los integrantes de la plantilla de agentes de 
limpieza de la ciudad de Río de Janeiro, allá por la víspera de una 
de las redadas más sonadas de los años sesenta, en el sector este de
las Favelas.

Coincidió que salía de su casa con la detención de uno de sus vecinos,
un reconocido traficante de cocaína que perduró al resguardo del 
silencio cómplice de la complaciente vecindad.

Uno de los policías, después de un detenido examen visual, lo reconoció
como compañero de juegos infantiles cuando campaban por Copacabana
entre pelotazos y pilla pillas, con la nefasta fortuna de no contar con las
simpatías de este, hasta el punto de guardar viva en el recuerdo alguna
que otra cicatriz de chirlos dibujados en el aire hasta parar en carne.

En ese momento se le encendió una lucecita en su limitado cerebro que 
alumbró hasta deslumbrar la inocencia de Evandro, que no dando crédito
a la realidad que masticaba veía como ese día iba a faltar irremisiblemente
al trabajo para cambiarlo por un cuchitril insano y apestoso, en las
dependencias de la comisaría carioca.

Adobó con maestría una serie de pruebas sobre tráfico de drogas que no 
pudieron ser refutadas por el abogado de Evandro, acabando sentenciado 
por un delito que residía tan lejos de su conciencia como las antípodas
australianas.