Jonathan Acosta

El sentir de una mujer.

Ella veía como los demonios de las demás chicas despertaban sus locuras de una vida sin límites, sin miedos, una vida con mil matices, con alegrías tristezas y más alegrías.

Miro a los ojos de su crucifijo y rogó por el don de dicho demonio en su ser, su vestir blanco lo quiso cambiar por rojo, su cabello recogido lo desato, miro su figura en el espejo viejo del convento donde pasaba sus días y vio cómo su cabello rebelde abrazaba su cintura, en aquel momento, el abrazo frio e invisible de una fuerza sexual le dio la bienvenida a su propio demonio, quiso sentir por primera vez el calor de un hombre en su ser, desesperada, con su pecho el llamas, su respirar agitado y el sudor de sus manos, se dejó caer sobre el catre donde horas atrás había honrado a su Dios perfecto, esto no le importo, cerro sus ojos, rasgo sus ropas, separo sus piernas y en un acto íntimo, mágico y puro, sintió como su demonio la hacía una mujer de carne, una mujer pecadora, una mujer con un infierno tan maravilloso como su propio cielo.