Apenas duele ese árbol mío
durazno en rosa florecido.
Mis raíces fundadas en la piedra,
con savia calman desventuras
y la tierra clama al aire
en callada voz y por mí ora.
A un costado un mortero quichua
y la huella de herradura,
cantan leyendas -lamentos lisonjeros-
capaces de superarse con los años
de experiencia viva
trocada en esperanzas.
¿Dónde estarán las pupilas tibias
que un día me miraron con ese mirar
que dejó impronta, aún en piel?
Ni el origen subterráneo de hontanares
ni el barro de pureza me dirían
tal destino, pues no volverán.
La enmarañada selva agobia,
mas abiertos ventanales de aire fresco
purificarán el contenido de mis venas
llenas de alma y de nidos.
Mis raíces y la voz de mis ancestros
son quienes serán respiro.
De mi libro “De poemas que morían”. 2017 ISBN 978-987-4004-38-3