“Señor, ya estamos solos mi corazón y el mar.”
(A. Machado, Galerías CXIX)
El día en que no esté yo, que no te entierren, corazón mío, que te depositen en el mar, que tus dolores sean cantos de sirenas, que tus sollozos sean baladas de mar rompiente en los acantilados de la vida, que tus hijos, y los hijos de tus hijos, y así sucesivamente, las escuchen eternamente, por los siglos de los siglos; que las oigan las gentes de bien, ésas que tienen un corazón, como tú, dolido y ensangrentado de caminar día tras día, noche tras noche de insomnios, de amores apagados… El día que yo ya no sea yo, cuando a un sístole no le responda un diástole, cuando el cerebro ya no sea el dictador de tu destino, que no te entierren, por favor; que te acerquen hasta la mar para que sosegado descanses durante toda la eternidad… ¡ese día en que no esté yo!