Extraño el regazo de mi madre,
esa frondosa e inmaculada cueva
de carne y ternura que se muestran
como un genesis de y para vida nueva.
La mirada compresiva, la acaricia divina,
antítesis de mi auto exilio a la breva.
El más absoluto abismo de mis entrañas
tiene un nombre por antonomasia,
la basta cantidad de ideas vienen y van
recorriendo a galope sus calzadas.
Hay una marejada de sueños interrumpidos,
un duelo en el tono opaco de su sentido,
una concreción de su superflua inmaterialidad
pero no de su imperiosa espiritualidad.
Parsimonia al momento de cada pisada,
al rayo verde me sigue por doquier,
ese que en su más resplandeciente
cuerpo de tiempo y luz inerte
pretendía ser atemorizante,
me sigue desde una distancia
infranqueable,
como esperando a que me detenga en su orilla,
deseando a que voltee mi mirada
a su asiduo fulgor mayestático,
ingenuo cuerpo de luz sin destino,
ya estás en mi sendero abismático.
-¡No es momento para las galamatias!-
Dijo el loco habido de energía,
su imponente grito se apoderó de las voluntades de los imberbes en la Alameda,
azuzar a los pusilánimes no es de valientes,
alzar la voz cuando no se tiene la razón es la conclusión del absurdo,
la incapacidad de la lógica,
el inexorable advenimiento de la derrota.
Haciendo alusión a la paradoja,
esto es la enfática confesión
de mi duplicidad antagónica,
una incómoda batalla de analogía
entre mi cuerpo y el alma mía.
Tengo temor de la lluvia que no cae,
los nubarrones que asoman sin su obra,
la gota que espera al rayo y el rayo a la gota,
tengo miedo del desdén del árbol a la yerma hoja,
que la sujeta, la posee, la hace suya.
¿Quien necesita a quien en el otoño?
Este idilio de la hoja seca y el manso viento
que la abraza y la lleva a su último lecho.
El despojo que lleva al árbol al desnudo,
a la exposición y entrega al frío burdo,
nunca fueron sus hojas y nunca fueron el su árbol,
es tiempo de corazas, de ensimismarse,
de metamorfosearse en mármol.
Que despropósito es ahora mi prosapia,
hacer de todo poesía y la poesía nostalgia,
conciliar palabras como somas,
hacer que rimen preocupado por darles vida
y creer que pueden ser en virtud oda.
Amo la prosa, su bodrio de artilugios,
crisol de vicisitudes austeras,
la sencillez de su noche y día
plasmada clara, transparente, llana,
a la más simple vista de las miradas.
Y ahora está tregua, este cese al fuego,
el ojo del huracán de mi momento de desatención,
mi indiferencia a este soez mundo vainilla,
la caricia a la cicatriz, a la imperfección.
Dadivosa la inspiración de un lunar de tura,
su cabello obscuro y frondoso otra tura,
los labios rojos de intensa tura,
su belleza; la propia tura
tu voz arte de turas,
Yadhel por siempre tura de turas.