Cruz plateada que antaño
deslumbraste humilde
por campos polvorientos.
HOY
me has dejado imbuido
en mil dudas
inflexibles.
Los pocos años vividos
y las ansias de
descubrir,
me hacían buscar
amigos en mi
empavesado jamelgo.
CRECÍ
entre níveas flores y
vetustos encinares.
Jamás negué a nadie
ni un centímetro de amor.
Cultivé frondosos huertos
y regué las amapolas
con el sudor de mi cuerpo.
ABANDONÉ
Las enormes estrellas
de tus noches de verano
y de aquel corralillo enguijarrado.
Tu sabes
cruz plateada, que el embudo
sólo tiene una salida, porque
a pulso saqué el agua y
pude comprobarlo.
Mi ostracismo
pretendía quedar oculto en
el mapa.
Ellos, al igual que yo,
eran conscientes y gozaban
a mi lado ínfima parte
de los trescientos sesenta y cinco.
Y llegó ese MAYO
ese horrendo despertar
de infinidad de Rocinantes
y rostros impertérritos
sosteniendo
la dulce sombra.
Estabas frente a mi y
el Sol lanzaba tu plata
sobre mis ahumadas lentes.
PASEÉ.
Quería asirme a la última
mata, pero el abismo se
ofrecía seductor, disfrazado de
manzana. Desde
estas profundidades hago
funcionar a tope la materia gris
para retornar a tu lado.
ANHELO
las anchas paredes con grises
manchas de humedad y
el sabor a tierra masticada,
presente en mil cruces
primaverales.