Reconciliame amada, la noche sin cantar
está de pronto, y yo, que siento hasta tu voz
raspando los nogales de un humano veloz
que en sus cansados cálices oye tu palpitar.
Defiéndeme amor mío, que todos mis sicarios
están siempre al acecho de mi prístina vida.
Filistea, mujer; haz que esta noche mida
la dignidad aurora que cuelga en tus rosarios.
Esta noche tan cruel, de fríos mausoleos
se hace eterna y de calma; se engendra cenagosa,
y no hay un holocausto de una granate rosa
que evite el triste réquiem de lánguidos orfeos.
Ámame, hazme sentir tus pechos domadores,
tus pechos empinados; eres como saeta
para mi hondo dolor, soy cual triste poeta
que busca amanecer contigo en tus albores.
Por eso hermosa flor hagamos testamento,
una gran nebulosa con esa luz de Antares,
perdonadme nereida de sopranos cantares;
y ámame ignota mía, para este vil momento.
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David John Morales Arriola