Recuerdo tus quereres,
mi pastor pequeño.
Tenías llena de sueños
tu cabeza erguida.
¿Cómo podría olvidar
nuestras conversaciones?
Allá,
en la Piazza San Carlo,
de la bella Venecia.
En el Ponte Vecchio,
de la intelectual Florencia.
En la fontana
que te hace regresar,
la Fontana de Trevi,
de la ciudad eterna.
O frente a La Llovizna,
cascada roja
con sangre de masetros,
en la querida Guayana
de tus sueños.
Eras todo optimismo.
Pensabas en la lucha abandonada,
pero recuperada
para llenar de sol
la tierra que pisabas.
No hubieras resistido,
Jorge Luis, este momento.
No hubieras resistido
este momento de sequía,
de tantos sufrimientos,
de las muertes jóvenes
que hicieran recordar
muertes de ayer.
También vidas perdidas
las de otrora
igual que estas de hoy.
Yo creo... tú también creerías
que -como aquellas-
alumbrarán otros caminos nuevos.
Yo te aseguro,
Jorge Luis, que tú
hollarías esos caminos nuevos,
porque tú eras la luz.
Una luz
que pensó en la Primavera
como un día
tan bien
lo hizo tu padre
y otro día
también
lo hará tu hermano.
Roma, agosto de 2017.