Tu rostro despierta las verdades
que encienden mis ojos,
voy por las orillas de tu boca,
pescando besos,
incitando su voz,
esa luz de hacer milagros,
la sonrisa clara,
que me guía
en tus dominios.
Eres inmensa como dos océanos,
un mundo donde me pierdo,
siguiendo símbolos hermosos
que vas sembrando en el camino;
yo te sigo latido a latido,
cuento los pasos
que miden las palabras
y nos elevan sobre el día.
Me empapo de tu olor
y te presiento acercándote,
allí,
donde amantes
nos repatriamos
a un país que inventamos,
donde se liberan
colores respirables,
que quedan escritos
imborrablemente en las miradas.
Desde el nacimiento
de la tarde,
al fresco amarillo de la aurora,
cada noche,
cada hora,
mis brazos se alargan
como la sombra de un pino,
sobrevolando tu cintura,
para llevarte
a un rincón sin nubes.
El tiempo se acuesta
con nosotros;
entre deseos y poemas
se arrincona en los pechos,
protegiendo en retatos
cada beso
hijo de nuestros labios,
cada caricia inventada,
que corre feliz
entre las sábanas y las paredes.
Me atrinchero definitivo,
enamorado,
resguardado dentro de tu cariño,
sintiendo como nace
desde tu cuerpo,
un rumor dulce,
pacífico,
que va abriéndole ventanas
y puertas nuevas a la vida.