A tal velocidad se desprenden
las hojas de mi frío árbol,
árbol que fue cálido en su momento
hasta que llegó el viento
desprendido de tus amargos labios,
labios que murmuraban
pertenecerle a un solo árbol.
Que idoneo fue el destino
al intentar derribar un árbol,
que inepta fue tu vida
al no poder derribarlo.
Ahora necesito un sol,
un sol que no tenga labios
que puede ablandar
sin algún agravio.
Que traiga a mí
las primaveras que tanto anhelo
pigmentando mis hojas, mi tronco,
¡mi árbol!, todo sin tener que usar,
aquellos malditos y amargos labios.
Paulo Maillot.