Al fin pude atrapar una gota de su suspiro, que se agitaba entre sus labios de vino dulce rubí. La conservé en las comisuras de mi boca, hasta hacerla rocío en mi alma. Grité su nombre, con el silencio de mi garganta reseca de amor, transpiré mis manos en el sueño efímero de mis dedos, ese de ceñir su cintura y bajar, lentamente, hasta su vientre de terciopelo.
Ella, caprichosa pero sumisa, dejó que regara su huerto con la ansiedad de mis labios, donde tulipanes blancos germinaban sobre sus pechos adornados de lunares claros, multicolores, como corales danzantes bajo la cristalina piel de su playa. Nadé sigiloso entre las olas de sus pasiones, me mudé en espuma para convertirme en poesía para sus muslos, que apretaban mis dorados sueños haciéndolos gemir una y otra vez en su purpúreo triángulo... cáliz de néctar y sueños azules.
Un viejo reloj, sobre la cálida primavera de nuestro lecho, se detuvo celoso, regalándonos el tiempo que nos abrazaba con una brisa, de aroma a romero, y nos dormimos despiertos entre caricias… y no sé cuántos amaneceres.
Jorge Aimar Francese Hardaick
Escritor y poeta – Argentina
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