He aprendido a conjugar
tu nombre
entre la almohada y el techo.
He aprendido a imaginarlo,
mientras tus ojos
mantienen la noche
despierta e iluminada.
También lo ha aprendido el
espejo,
que guarda la mitad
de tu imagen
y la mitad de mis besos,
y el reloj
y la tarde.
El viento lo murmura desde lejos,
entre el crecer de las horas;
lo eleva
hasta los montes,
y lo deposita en las espigas,
en los cristales.
Lo deletrea también el silencio,
esa prolongación de las caricias
donde siempre estás conmigo.