Abrí la ventana llamado por el sol
que iluminaba la calle.
La reja me separa del laurel que resguarda
mi privacidad del mundo.
Puedo mirar sin ser visto y me sorprende
ese niño que siempre está sentado
en el cordón de la vereda.
Pensativo y silente parece hablarme
en ese silencio de profundidad callada.
Me lleva a esos tiempos en que la calle
y los cordones de sus veredas eran
rutina en mi vida.
Pero su tristeza es niñez distinta
a la del recuerdo mío…
Tal vez tenga más años de los que veo
o tal vez sea una tristeza pasajera
como las que a veces vivo…
De mi libro “De poemas que morían”. 2017 ISBN 978-987-4004-38-3