Alberto Escobar

Soledad o solitud


Compañeros de viaje vivos es lo que yo necesito,
que me sigan porque quieren seguirse
a sí mismos - e ir adonde yo quiero ir.
Así habló Zaratustra. F.Nietzsche.

 

 

 

 

 

Marina siempre fue una chica alegre.

En el patio de la escuela, y en el de su casa destacaba
por ser siempre la primera en proponer juegos a sus
amigos, entre ellos alguna que otra trastada de la que
solían salir ilesos, aunque cargando con los exabruptos
de algún que otro vecino.

Creció con el cariño de todos los seres que le rodeaban,
incluso de los animales, como así lo demostraba día a día
su perro Jako, que se convertía en un sonajero cada vez
que se asomaba a la puerta de su casa.

Con la adolescencia llegaron las escapadas de fin de
semana a los lugares de la ciudad donde hormigueaba la
juventud, anhelante de diversión y de nuevas experiencias.
Le gustaba mucho bailar y conocer gente, tal que cuando
daba con alguien interesante, por divertido, era un auténtico
hallazgo para ella, que era celebrado con un regocijo que
permanecía vivo al menos hasta el fin de semana siguiente.

Ella valoraba, por encima de la pura amistad, a los chicos que
le proporcionaban una velada divertida, porque entendia que
lo más importante a la hora de salir era divertirse, y que solo
las personas divertidas serán las agraciadas con su amistad.

No era una chica que temiera la soledad, prefería permanecer
sola que mal acompañada, y además en esa soledad encontraba
un motivo de aventura que le producía una especial excitación.
Andando el tiempo comprobó que su filosofía de la amistad le
granjeó la soledad que tan fascinante encontraba, mas era una
soledad gratificante y enriquecedora, llena de posibilidades e
incertidumbre.

Entendió que el miedo a quedar aislada, que tanto terror producía
entre la mayoría de sus circunstantes, era una oportunidad única
de crecimiento. Además comprobó que muchas de sus amigas,
aburridas, terminaron con personas que no les llenaban, solo por
huir del aislamiento.