(Cuartetos endecasílabos)
Un ciego que la luz de un claro día,
nunca jamás pudo alcanzar a ver,
de una viva forma me hizo entender,
la gran suerte que sin saber tenía.
Me asió el brazo con la vista perdida,
en cualquier punto de su negro mundo,
y en exhalar un suspiro profundo,
su voz dejó en el aire suspendida.
- ¿Qué aflige tu corazón que así lloras?
Mira que no debería haber nada,
que rasgara tu alma como una espada,
y solo pensar a quién enamoras.
Esas palabras sobre mi consciencia,
pesaron como una lápida fría.
¿Qué creerá ese ciego que sabría,
de estos mis temores o penitencia?
Quise cargar mi furia contra él…
pero igual, de pleno había acertado.
Mi corazón triste y enamorado,
lloraba angustia y destilaba hiel.
- ¿Cómo sabes anciano de mis penas
tan solo con oírme sollozar?
¿No podría de alegría llorar
y que la misma corriera en mis venas?
- Podrías llorar de alegría, cierto.
Puedes incluso engañarte a ti mismo,
y podrías decirme con cinismo,
que me calle de una vez, pues no acierto.
Pero soy quien su propia vida pierde,
entre ruegos, ayudas y amargura,
soy quien nunca podrá ver la hermosura…
y una vez rogó, ¡Descríbeme el verde!
Juan Benito Rodríguez Manzanares