Bolívar Delgado Arce

 UN DÍA DE NOVIEMBRE

Los vientos de la tarde presurosos

recorren cimas y quebradas,

en mi rostro se hacen pedazos;

recorren muros y tumbas blanqueadas

tardes grises, melancólicas y desoladas.

 

Día especial, día de oración

es este, claman corazones adoloridos,

día triste, lleno de recordación;

fecha en que más brotan gemidos

del corazón de los que lloran por los idos.

 

En el aire se esparcen mil olores

desde el huerto generoso y el jardín,

ofrecen a la vida lindas flores;

unos buscan rosas, cardos, portan otros un jazmín

y lo llevan para alguien que hoy es un querubín.

 

Vagan mil siluetas por el gran camino

figuras envueltas en negras sedas,

llorando a seres idos, recordando el destino

que elevó su alma; y hoy con miradas perdidas

los veneran en su campo, con loas y siemprevivas.

 

Aunque uno sepa que son diez o es un año

que el padre, el hermano, o el amigo perdió la vida

se llora, y no digamos que no, por el extraño,

sin temor a que se abra más la herida,

al pensar y no entender lo que es la vida.

 

Oh!, la muerte encuentra al escogido

en éste de la vida el escenario,

como si él no valiera un gemido

sin importar si visitó el Sagrario,

lo invita al cofre funerario.

 

Así pasamos de la vida a la muerte:

el humilde, el sencillo, el cariñoso,

pasamos todos con diferente suerte;

pasa el rico, el sobrio, el hombre poderoso…

todos llevamos el cuerpo hacia el fatal destrozo.

 

Pues termina de este modo

del pobre su suplicio,

y mientras el rico aún con acomodo

reposa en la tumba que hizo, de patricio,

los pobres son ya ricos, como en el día del juicio.

 

Este día gris, de frío nácar

solo el alma se yergue sollozante,

pues el cuerpo agobiado va a tocar

esa lápida de frío tiritante,

y no quiere dar un paso adelante.

 

Oh!, Señor, morador de la altura,

pon tus ojos en el campo funerario

comprended de los vivos su amargura,

al no poder interpretar el cruel misterio

de dejar a un ser en un triste cementerio.

 

Pensemos que la vida es un sendero

donde pobres y ricos han venido

su sino los puso en su velero

que será acorde a su carga recibido,

natural, que si es un pobre, será desconocido.

 

Y así pasamos nuestra vida,

de pobreza o riqueza, perderla no debemos

amémosla aunque sea con el alma herida,

entendamos que solo una vez la tenemos

y que volver atrás, no lo conseguiremos.                          

 

Ya los ojos no pueden más llorar

y la noche va extendiendo mano fría,

hasta el cielo se ha puesto tristemente a lagrimear

mientras se oye vagar una Ave María

por los pasillos de todos agonía.

 

Un suspiro sale junto a la voz del corazón,

pide a Dios cumplir estos anhelos:

paz, perdón y salvación

en esta oración que la decimos por ellos,

Padre nuestro que estás en los cielos…

 

 

                                   Bolívar Delgado Arce