EL BARRENDERO Y EL POETA
Sobre las cabezas allá se divisa.
En un banco del parque el poeta sentado.
Más no observa la hierba, ni el bosque ni el río.
Ni el trepar por las ramas las colas de las salamandras.
El rumoroso silencio del inmenso verde, escuchar ya no quiere
De la brisa, su paso no siente, ni el salpicar de las gotas de lluvia.
No olfatea de la brasa aquel humo, que en parrillas inflama la carne dorada.
Ya no quiere saber del salado y el dulce ni cualquier amargor en la lengua guardado.
Le molesta el dolor, el calor, el color, el reflejo, presión, el respiro, moverse y andar.
Ya recela el poeta extraviar el balance corpóreo y mental
Sólo guía la cabeza hacia el cielo esperando respuesta de Dios.
Entretanto tropieza su pie con la escoba del buen barrendero, quien pide perdón.
Y es que Dios le replica en su estilo que aquel ser humano no tiene un espacio en su discurrir.
Que lo acoja, dialogue, conozca, lo acepte y conviva, para que un barrendero le enseñe a vivir.
Arturo Mora /17