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A MI MADRE (SERVENTESIOS ALEJANDRINOS)

¿Será que soy mayor...? ¡Me voy haciendo viejo!

Recuerdo más que nunca, el tiempo, ayer, vivido

y siempre tu presencia, tu anhelado consejo

tu mano apetecida, tu insondable latido.

 

Recuerdo, miel y palma, laboriosa colmena,

arrullo de tu voz, maternal golosina,

alud de las mareas, junto a la luna llena,

colgante escapulario, que el sol no difumina.

 

Gargantilla de plata que en tu pecho resbala:

allí colgué mis sueños y mis manos colgabas

en noche y nubes blancas, ¡ay cuánta noche exhala!,

mi aliento con tu aliento, cuando tú me acunabas.

 

Recuerdo adolescente, jardines de mi infancia

donde correteaba, ¡ay patio del molino!,

rodada y carruajes, plenitud y abundancia,

jaraíz y bodega, con sábanas sin lino

 

que tu mano y destreza, tu trabajo y esmero

volvían a la vida de infinita blancura,

por septiembre y abril, y también por enero,

largas horas de tabla, de esfuerzo y lucha dura.

 

Día largo entretanto. ¡Cuántos soles tenía!

Brillante luna al alba, luna oscura al ocaso

no paraba tu curso, nada lo detenía,

de tu mano, contigo, aferrado a tu paso.

 

Madre del corazón, ¡ay madre del gemido!,

en ti hallaba el consuelo su esperado futuro;

y el ansiado refugio, dulce y apetecido,

junto a ti procuraba, junto a ti lo procuro.

 

Admito sin reservas, sin reservas lo admito

mi total dependencia, con mis ojos de niño,

indeleble en mi sangre, para siempre está escrito

sólo amor, pura entrega, tu inundado cariño.

 

Cielo azul, noche clara, cenital, luminosa,

presencia incandescente, juvenil, dilatada.

Abnegada en tu estado sempiterno de esposa,

entregada madraza, amorosa, entregada.

 

Pedacito de cielo, rinconcito del alma

que a menudo frecuento, por beber de tu ejemplo

donde miro extasiado, mi refugio  y mi calma,

rememoro y te encuentro, como ayer te contemplo.

 

Manjares de tu boca que mi pecho publica;

hoy respiras conmigo circulando en mis venas

y se inunda mi pecho cuando te versifica,

en todos los latidos, de mis tardes serenas.

 

Mi amante corazón, mi madre idolatrada,

se busca en tu mirada y en tus ojos se auxilia,

con tinta roja a fuego, con sangre enamorada,

tu nombre lleva escrito, tu nombre amado: Emilia.

 

Deogracias González