El sol a lo lejos se despide del día.
Poco a poco descienden las tinieblas.
La luna, a lo lejos, cada vez se muestra más llena.
Estos atardeceres de otoño me llenan de melancolía.
Aves solitarias en dulce vuelo se alejan, ¿quizás donde irán?
Oteo el horizonte y mi mirada se pierde a lo lejos.
Descalzo me siento en la orilla. Miro el ir y venir de las olas marinas.
La fría brisa me arropa y juega con mi pelo a su antojo.
Respiro profundo queriendo retener todo el aire posible.
El silencio imperante solo es roto por el sonido del mar. Triste, profundo, milenario.
Una barca a lo lejos enciende un dimita luz, así me siento, como esa barca en medio del mar inmenso. A merced de las olas que la suben y bajan. De las corrientes marinas que la llevarán a lejanos parajes; del caprichoso viento que juega con ella sin ningún tipo de cordura. No se resiste, se deja llevar.
Solo en la inmensidad. Una mareada de recuerdos acude a la playa inmensa de mi memoria.
El más recurrente el de ella. De mi madre. Mañana será el día en que se conmemoran o recuerdan todos los difuntos. Pienso en ella y no puedo evitar las lágrimas, expresión profunda de mis sentimientos.
En silencio te fuiste una mañana de agosto. Un leve suspiro y te despojaste de esta vida. En tus labios mi nombre. El nombre del hijo lejano y la amargura de no verme por última vez. Cuán dolorosa es la distancia, sobre todo en esos momentos.
Cerré mis ojos y vino a mi mente tu retrato. Aquel retrato de cuando contabas con tan solo 28 años. Tu hermosa cabellera negra, ondulada. tus ojos marrones, tu sonrisa sincera, una mirada que se perdía. Una juventud que siempre temiste perder; una belleza frágil y cristalina. Rosalbina era tu nombre. El sufrimiento besó tu frente por luengos años. Te atormentaron fantasmas del pasado que nunca cesaron en su misión de hacerte sufrir. Ahora reposas serena entre rosas blancas, jazmines y margaritas. Volaste ligera y te perdiste entre las nubes, mas hoy te siento tan cerca, tan presente que hasta puedo tocarte en los recuerdos.
Una fotografía me mandaron en que te encontrabas en tu lecho de muerte. Tu rostro había recobrado la paz perdida, la serenidad besaba tu frente, y esa misma sonrisa de antaño iluminaba tu cansado rostro.
Lloro, sí lloro la soledad de este momento. El no haber podido abrazarte, besarte. Besar tus manos y poder recostarme en tu pecho pidiendo tu bendición final. Lloro madre querida tu silenciosa partida y sobre todo la distancia física que nos separó.
Sigo en silencio. Abrazo mis rodillas y me entrego al momento, sin darme cuenta comienzo a tararear una canción de mi infancia, esa canción que me cantabas en las noches oscuras cuando no podía dormir. Escucho de nuevo tu voz que me dice, me susurra al oído: “Tranquilo mi niño. No estás solo. Verás que mañana todo habrá pasado. Nada podrá hacerte daño, porque yo estoy aquí, tranquilo....”
Sentí en ese momento su beso en mi frente, su olor, su aroma, su presencia.
Me invadió la paz, la serenidad, la certeza que estás ahora más presente que nunca en mí y que eres, mi ángel protector.
“Descansa en paz, madre querida”.