El terso cantar
de un viento de otoño
se llevó silente
a un triste retoño.
La luna lloraba.
Su lacio frío cuerpo
seguía la sombra
de un vórtice blanco.
El cielo callaba.
Un cuervo acechaba
trémulo y hambriento
y a la vez sediento.
–Sediento de culpa–.
Pues, así como el cuervo,
la culpa carcome
desde las entrañas.