Al ver el alumbramiento del día -pariendo fría alborada-
y como huían las sombras de la noche que moría,
indagué en mi interior por valles acorralados
entre las sombras oscuras y días que se caían
tropezando amontonados, sin presentes ni pasados.
No alcanzaba mi ceguera a divisar ni las piedras
y tampoco, encandilado, divisaba las cañadas,
hondas cañadas formadas por penas en ríos bravos
sin salidas a los verdes pastizales del bañado.
Yo no sé de alumbramientos ni de noches ni de días.
Sé que ambos se suceden y van cambiando las vidas
y en ese rotar continuo suelen ser más los pesares
agobios que, terrenales, se remontan al principio
antes que el sol derramara su llanto desconsolado
y que la luna en espejo se retorciera de pena.
Pero puede alguna vez, como tronco a la deriva,
encontrarse algún deleite para agarrarse con fuerza,
hasta que lleguen los tiempos de bonanzas necesarias.
De mi libro “De letras nacidas entre poetas”. 2013 ISBN 978-987-1977-03-1