En mi niñez cuando se podía jugar
sin miedo a sufrir un atropello.
Cada árbol con su apodo bello
era un permanente amigo del lugar.
Eran acacias que casi besaban el suelo,
dándonos flores dulces al paladar,
éramos abejas gozando de un manjar,
era un fruto con sabor a caramelo.
Aunque si estas infantiles aventuríllas,
ahora nos parecen cosa banal,
es porque carecemos de fantasía.
Los chaváles que parecían ardillas,
jugaban con su árbol frutal,
!Qué corto se nos hacía el día!