Lo esencial no es material.
Siendo su valor infinito, imposible de calcular.
Es lo que te diferencia entre tantos. Es algo muy tuyo, particular.
Su fuerza está en la fragilidad.
Se alimenta del silencio, de la meditación, de la reflexión, del contemplar. De la belleza que se esconde detrás de la sencillez, de la simplicidad. De las pequeñas acciones, del bien que se realiza sin pensar.
Innato al ser humano. Se va perdiendo con el pasar del tiempo, gracias a la educación; a una sociedad donde lo más importante es el aparentar, el tener, el competir, el ganar; a experiencias negativas donde se aprendió que la diferencia es humillante y que había que pensar y ser como los demás.
Con el pasar del tiempo, una sensación de vacío, de infelicidad, de intranquilidad nos lleva a una pregunta existencial: ¿Quién soy? ¿Qué sentido tiene mi vida? ¿Es éste mi verdadero lugar? Preguntas que nos llevan al sendero que nos regresa a “lo esencial”. A eso que hemos perdido en nuestro largo caminar. Eso que te distingue. Tu forma única de pensar, de sentir, de amar, de dar, de reflexionar, de crear, de dejar tu huella en este mundo sin igual.
Dormido o escondido ha de estar. No temamos el buscarlo, si te despojas, seguro en ti lo vas a encontrar.