Ladridos disfónicos, lejanos e irreales
llenos de misterio y evadiendo horrores,
como si supiesen que hay ángeles que no vuelven
después de haber caído allá, en lo profundo.
No saben que en el mundo de los perros
hay lutos y entierros irredentos
o tal vez no ladren por ellos sino por los hombres,
por esa herida perpetua que ven y que veo
desde donde estoy sentado y tras la niebla.
Y ladran los perros, ladran, sus penosos ladridos
no pudiendo apelar siquiera a las palabras.
Y deben ser ciegos, pienso, pues no alcanzan
a ver ninguna luz, ni la presienten
ni pudieron ver al hombre que llorando
quiso salir del bosque para encontrarla.
Ladran aún… y no pude saber del hombre.
Ni de su estremecido llanto.
De mi libro “De cuentos y de poemas”. 2015 ISBN 978-987-1977-72-7