Sobre una hoja estampada con el horrible logo
de una fábrica cercana a casa,
escribo a todas luces sobre el fin de una época.
El viento transforma la arena en rosetones aislados
del bosque salen fieras que desmiembran
sin hambre, por placer, no sé,
nunca he sabido, no he podido averiguar
qué pieza abriga la ternura del Hombre,
pero ahí van, envenenan, rasgan,
mutilan y prosiguen a la noche que se avecina.
Habrá guerra, un impulso genético
me avisa: fue el último muerto
del tiempo donde el Hombre se perdía
en un torrente de rostros anónimos,
en oscuras informaciones manipuladas.
- hemos perdido la capacidad de sobrevivir,
hasta el héroe se mancha de vulgaridad-
Los poetas, antes desvelados,
a la menor quebradura se alistan
para leer vacuidades en parqueos
que caben en la pantalla del ordenador.
Soy testigo del desmantelamiento de mi ojo,
las fibrillas de neurotransmisión fundidas
sin espaviento escupen basureros:
entre alaridos, la plebe sacude confetis
en fotos multi-pixeles-macro-colores.
Retocado el grano, la pústula en la nariz
se adentraba donde el común viajero
hace paripé de viaje terrestre.
Como si viviese en el faro del planeta,
ayer supe el fin
y diligente arranqué un extenso texto
en una hojilla de helecho estival,
como si me subiese al carromato,
rozaría al magnífico día
que pregonan incautos por allá afuera.
-Quedan pocos recuerdos
de la isla donde nací, pocos cercanos-
Pensé que no tendría dudas ni deudas
pero envejecí entre desconocidos
no curé a mi hija, no terminé un libro
que atore al buitre al editor al amigo
y ni siquiera voy al espejo
pues toda huida
es quedarme entre ellos.
De La Costurera de Malasaña,
Editions Hoy no he visto el Paraíso, 2011