El cañaveral, denso y de un glauco luminoso, era mi refugio en esa niñez remota. Umbrío y secreto espacio de fresco verdor al borde de la acequia ancha. En su interior, corazón latiente, un círculo abierto entre las cañas con singular esfuerzo, era el amparo necesario para la privacidad escondida y el descanso aventurero.
Mi intrepidez permitía el ingreso, casi inaccesible, colgando sobre el agua, transparente y rápida, que se perdía rauda engullida por la calle vecina para seguir bajo tierra su cauce ignoto.
La sonoridad, agua y aves en sintonía, era parte de ese rincón recóndito y oculto por la complicidad verdísima de las hojas del cañaveral.
En derredor… la nada: una quinta, un colegio vacío, toda la casa y el pueblo que indiferentes seguían sus rutinas, impasibles e ignorantes de mi dicha enaltecida en la simplicidad de cañas, aguas y mojarras.
Inmenso recuerdo en mi retina de juegos aferrados al cañaveral y a la acequia sin olvidos.
De mi libro “De letras nacidas entre poetas”. 2013 ISBN 978-987-1977-03-1