FIDEL HERNANDEZ

A CABALLO…

Llegué al mundo

a caballo,

sí, a caballo

del verano y del otoño.

 

Si había sol

o hacía viento,

perdóname amigo,

pero no lo recuerdo;

yo estaba muy ocupado

en aspirar todo el aire

en ese mismo instante.

 

Al principio pensé

que iba a gozar

pleno de alegría;

pero unos azotes

me llenaron

por primera vez

los ojos de lágrimas.

 

Ese día yo nunca,

nunca lo olvidaré:

era un día

-si no recuerdo mal-

a caballo, inseguro,

muy difícil de situar

en un calendario;

para la mitad del planeta

era principio de semana,

para la otra mitad

era sólo el comienzo.

 

El nacer yo en domingo

me ha hecho pensar,

eso sí, al cabo de años,

que debió ser

algún tipo de castigo.

¿Qué habría hecho yo?

¿En qué Parnaso?

¿A qué diosa

yo le lanzaría

una mirada lasciva?

 

¡Ay! Era un niño divino

-así lo decían las vecinas-;

ahora sólo pretendo ser

divinamente humano.

Llegué al mundo

a caballo

y hoy, por el mundo

voy vagabundeando

-muy ensimismado-

unas veces por caminos

y anchas alamedas

y otras, las más,

por senderos

de gitano.