En una casa que el número era falso, por cierto. Se dispone a salir de la casa un señor mayor de casi 60 años de edad. La casa está desolada y abandonada. Se dice que en ella, habitan fantasmas de color blanco y oscuros también. Y en ella, se dice que la sangre habita desde que murió la señora del señor June en el mes de junio del año pasado. La sangre del tiempo, como se le llama alrededor. Los transeúntes pasan por una tabla de madera tirada en la entrada de la casa abandonada. La sangre se percibe, dura, recia, y seca desde que pasó lo que pasó. La historia cuenta que, una noche salieron a bailar juntos, (pero, no regresaron juntos), en mitad de la cena se encuentran con un caballero que era muy conocido por ellos. Lo invitan a cenar, junto a ellos, y se dice que el señor siente unos celos incontrolables contra el señor que cortejaba a su señora. La sangre del tiempo se vió reflejada, en cada tiempo, en cada segundo, en cada minuto, en cada hora que pasaba. Y más y más fue agasajando a la señora del señor de casi 60 años de edad. Y el señor molesto y celoso se retira del lugar como si fuera un joven “celoso” de 20 años. La señora se dispone a disfrutar, mientras el señor vá hacia su casa y, “sin la señora”. Queda pensativo, doloroso, con el tiempo entre las manos, con las horas sin su amor, con el ademán de un siniestro percance y con un perro como compañía. La sangre del tiempo hierve como el tiempo, como las horas sin sus besos, como la eternidad sintiendo un deseo, como la paz de acompañante, como la guerra entre su alma, corazón y sentimientos. ¿Qué hacer es la pregunta?. Sintiendo el deseo de amar quedó con unos celos terriblemente veloces como el tiempo. La sangre del tiempo está próxima a aparecer entre la casa vieja del señor. La sangre llama, la sangre perpetra, la sangre aviva, la sangre no se derrama aún, la sangre se siente densa, cálida, ardiente, como si fuera gota a gota, pasión a cada pasión, deseo contra deseo, la sangre se percibe en suspenso, el vecino de enfrente sabe toda la verdad, él los sigue. Es un momento tenebroso, audaz y terriblemente indeleble. El señor se encuentra entre una psicosis falsa y una real. Se encuentra entre lo irreal y lo verdadero. Entre los deseos de amar y los celos sensuales de nunca ver a su señora entre otros brazos. La sangre del tiempo quedará por siempre entre los escombros de aquél tiempo sin sangre, sin pasión, sin emoción ingrata, sin un ardiente deseo, sin amores inconclusos. Sin claridad ni evidente testigo, más que el vecino de enfrente que sabía de todo. La sangre del tiempo, quedó entre el reguero de la casa abandonada, entre los residuos de un amor total que vivió más de 40 años juntos. La sangre del tiempo quedó como el suspenso de todo un amor, como toda pasión desnudando el alma cálida. Desde que sucumbió en mente todo aquel amor a la deriva que en una noche se quedó como tempestad, como el interior de un corazón latiendo fuertemente. Sólo el señor siente el deseo de morir, de no vivir sin su señora, de entregar aquello que era cuerpo hacia la eternidad, hacia el infinito del cielo, entre el perdón de un Dios, entre el arrepentimiento de una sola soledad. Pero, “no”, dijo, que su sangre era tan hirviente, tan cálida, era un hombre fuerte, y que su sangre era como el mar, aunque la sangre pesa más que el agua. Se fue por el camino de la ambigua soledad. De aquel tiempo en que se dijo que la sangre del tiempo no estaba en el camino correcto y que todavía “no”. No se sabe a ciencia cierta que pasó con el sentir tan doloroso del señor. Sólo quedó como un señor que se mira en el reflejo de una imagen casi hecha a su favor. Con la misma edad, con la misma década encima y los años no pasan en vano. El momento inoportuno, casi imposible de recordar los buenos momentos, los instantes marcados entre la soledad y la buena vida. Entre el deseo de vivir y de llegar a toda una vida y saber vivir. El pensamiento del señor se congela en el tiempo, la sangre del tiempo llega a correr, viene de momento tan inesperado, tan desolado el tiempo, y saber que el tiempo no fue en vano. No se encuentra entre tiempo ni espacio, sino en la realidad, sino en la verdad entre lo cierto de un momento y el tiempo en que casi se acaba, como gota a gota, pasión a pasión, ardiente fogata en que calienta su cuerpo. Cuando casi se siente en el suelo, caer una gota de sudor extremadamente calurosa. Pero, hacía frío estaba congelada su sangre, su pensamiento, su enardecido cuerpo. Pero, sus manos tan frías como el tiempo aquel de invierno. Sus movimientos densos, su garganta fuertemente seca, y su cara con gotas de aquel sudor frío. El número de la casa no era verdadero, sino falso, siempre llevó una vida de mentiras, de falsedad contra aquello que fue y que era tan hermoso como el amor mismo. Fue un amor real, casi de ensueño, casi perfecto, casi viviendo en el infinito del deseo entre las nubes de algodón. Y la sangre del tiempo vuelve a aparecer entre los escollos, entre la mentira, entre la bifurcación que vivía hoy. Y la señora de June, bailaba como un trompo, fue tan feliz esa noche con el amigo de June, cenó, otra vez, con el nuevo señor, que dejó de creer en el amor perfecto que siempre June le dió y le ofreció y le profesó. Siempre el juramento de casamiento, “en la salud y en el enfermedad, en la riqueza y en la pobreza”, se decía él en sus pensamientos. Entre saber si será amado, otra vez, o será condenado a vivir en soledad por abandonar a su señora y entre los brazos de otro hombre. “No”, gritó el señor, mientras el vecino de enfrente, lloraba. Sabía de todo, era un viejo sabio. No sabía, ¿qué hacer?, no sabía, ¿qué pensar?, no sabía, ¿qué decir?, no sabía, ¿qué sentir?. Y se fue al balcón de su casa, su vecino lo observa también llorando. La casa vacía, desolada, débil de tanto el señor llorar. La edificación de la casa, quedó entre los escombros de un sabio momento, de pensar directamente, en la certeza de ver entrar por la puerta a la señora de la casa, a su esposa de tantos años. Pero, sucumbió en trance en un momento desesperadamente débil como si fuera a caer de unos 20 pisos de altura. Una daga escondida, el perro ladrando, los ojos llorando, la noche tan fría como si fuera el final de toda una vida. El señor, en soledad, solo y sin compañía más que un perro y para colmo ladrando. Los ojos rojos, el sueño pesado en la cabeza, y un tiempo en que cada reloj se ha detenido, él piensa, la sangre del tiempo, puede que el futuro se haga real, como lo falso de todo y de toda una vida después de vivir al lado de su señora. Se pasea el instante, en que casi advierte peligro, advertencia, que es tan nocivo, tan venenoso, la sangre del tiempo llega tan de prisa. Como el cielo denso, frío, entre las penumbras de una tinieblas tan frías, cae la desolación, la paz aparece, y la guerra se condensa más entre el pensamiento, entre la cadencia, entre el sentir, el qué hacer, y qué decir. Fue un tiempo en que fue feliz como nunca, aunque fue lleno de mentiras, aunque fue lleno de falsedad, no se espera a que el sol salga en el amanecer. Se espera a que el frío baje la temperatura, como una fuerza en desastre. A que el invierno quede como el verano, y que el invierno se deshaga como la nieve en pleno sol. El señor del tiempo, de la sangre del tiempo, socavó en mente lo que aquello era perjudicial, lo que era injusto, lo que era un perjurio, lo que era un acecho, lo que era un desastre, entre lo que era una circunstancia entre lo que era un preciso momento y un injusto instante. El señor de la casa abandonada, y tan triste el semblante del señor, queda la encrucijada de saber el final de este idilio de amor. El señor de edad avanzada, es un señor de casi 60 años, piensa en su destino, en el pasado, y en el futuro que le depara. No se detiene el tiempo, la sangre del tiempo sigue llamando, y sigue perdida en el tiempo. Y no se siente el deseo de vivir, de extrañar, de amar lo que deja el destino para sustentar el vicio de amar bajo aquel juramento. Pero, no, no, no y no se detiene el tiempo, el tiempo sigue pasando, las horas fugaces, el entorno frío, en un junio casi invierno o es que la noche se ha vuelto tan fría. La señora no llega a la casa, la casa vacía, pero, tan llena de recuerdos, tan llena de cosas, objetos, y diminutas cosas, que conlleva una distracción del pensamiento, al pensar en esas cosas que le llenan la cabeza de recuerdos. Es casi el mes de julio, un mes para compartir, y disfrutar el verano casi invierno, porque hacía mucho frío. La situación casi indeleble, casi invisible, transparente, y casi translúcida, se lleva la peor parte el pensamiento fŕio, calculador, pasional, demente, y casi oblicua la situación. Es como cortar la razón, oblicuamente, por la raíz y no por el costado. La situación casi imborrable, casi, permanente, casi, exhausta, casi impalpable, casi intacta, intensa y tan densa. Se convierte en sinónimos de sustracción, destrucción, desolación, y conlleva una manera de observar más a la vida. Un señor de la década de los 50, sustrae en la memoria, un ademán fijo, elocuente, retraído, siniestro y casi intacto. Inmóvil en el tiempo, en la sangre del tiempo, casi queda insatisfecho, casi furtivo, casi en un llanto amargo, o un frío calor entre la sangre ardiente como la euforia de un nuevo comienzo o un final. En que casi conlleva una diminuta sustracción, en que casi aflora la mentira, la falsedad y la bifurcación. Se adhiere como imán adherido a su corteza, perdido yá vá en busca de la verdad, ¿la verdad?, ¿qué verdad?, se preguntó él. Si todo fue falso, como un cuento de hadas, para formar un hogar, una familia, un calor humano en dejar la soledad de la senectud. En hacer de su vida algo por valer su fuerza de luchar, su cometido, en fuerza por día a día luchar por una mujer, por el calor de un hogar y más aún cosechar algo que sería para siempre. El señor June, se debate entre la espera de ver, escuchar la voz de su amada, y de creer otra vez en el amor. Se espera a que la odisea termine en poco tiempo. ¿Tiempo?. La sangre del tiempo llama a ser perjudicial, a ser autónoma, a ser perseverante, a ser peligrosa como lo profundo del mar, como una herida tan honda, que no cicatriza con el tiempo. ¿Tiempo?. Y, para qué el tiempo, la sangre del tiempo, tan seca, tan dura, tan cohibida, tan sútil, tan irreal, como la llave de un corazón, con un color morado, casi violeta, con una plétora tan abundante que cae como tan veloz el tiempo. ¿Tiempo?. Y para qué el tiempo, para qué conllevar una distracción fija como lo es el recuerdo. La señora de June, no para de bailar el sonsonete de la melodía del Sol y la Luna, compuesta por un chileno norteamericano. La señora no detiene la risa ni la felicidad, no se acuerda de June ni de lo que hizo en plena cena. Ella no quiere las penas, ni la infelicidad. Desea tanto el amor, la alegría, la unión, y la felicidad, en cada instante de la vida que pasa como el tiempo. ¿Tiempo?. Y qué hace el tiempo, pasar de largo, como si nada, como el destino fugaz, como la velocidad hecha entre el tiempo y espacio. No se detiene el acecho de vivir, porque la vida continúa, tan contiguo el deseo, tan ambiguo el anhelo de seguir amando, tan irreal casi real la forma de amarse en cada instante. Pero, no, el tiempo pasa, como pasa un cometa de luz entre la tierra y el espacio. No hay tiempo, es veloz como no se detiene el frío o el calor. Son unas horas desesperadas, como pintar un corazón en el cielo o en el alma. Y hacer latir, no cuesta nada. Con tan sólo sentir el amor, pasar de largo, y saber que el destino es real como el corazón tan puro. Y hacer del tiempo una osadía triste en tan ambiguo el deseo, es fuerte como la roca, como el dolor tan puro, como las lágrimas más vivas y agrias. Desafiando lo que queda en el tiempo, y añadir fuerza es amar lo que irrumpe en llanto. Decía, el viejo June. Hacía de todo por agradar a la señora, la cortejaba, la agasajaba como el señor de la cena. No escatimaba en gastos, inclusive hizo una hipoteca con la casa para sufragar los gastos. El señor de casi 60 años, no temía en reparos para llevar a cenar a la señora, en llevarla a consumir todo aquello que era consumir y no ahorrar. El señor se debatió en la espera de lograr una supervivencia complacida. En desenmascarar todo aquello que era falso y lo que era verdad. Y lo logro. No repuso más en amar aquello que era todo para él. Y se llevó la sorpresa más grande del mundo, cuando otro señor la quería también. Y fue todo una farsa, una comedia, o peor aún, una tragedia. Él, consiguió esperar, soportar los celos que guardaban un tiempo. ¿Tiempo?. Y qué era aquello de tiempo. Cuando se supone que no se detiene el tiempo. El tiempo cae como gotas del rocío en una hoja en el amanecer o en el anochecer. Es tan veloz que no se puede parar a pensar, a dar el pensamiento tan puro, tan real, como lo que cosechó un instante. Cuando el tiempo es tan verdadero, tan imposible de superar, los traumas que da la vida, las alegrías del tiempo. Y así, continúo hablando June en un soliloquio autónomo, propio de la soledad, de la psicosis vivida y de un terror entre la sangre del tiempo. Que se venía sublevar hacia la comarca atractiva de todo un tiempo. Ya llegaba la sangre del tiempo, yá se venía ver y asomar por el transparente cristal entre la vida y la muerte, entre la tierra y el cielo, entre el sol y la luna. Cuando mencionó el sol y la luna. Recordó la melodía que le gustaba a la señora. Y esperó pacientemente, a que hubiera silencio total, y quiso ser más de lo que era. Quiso lograr todo aquello, que se debía de fingir y guardar reposo o ayunar desde el tiempo del pasado. Pero, no fue así, sucumbió en trance, fue un inmortal, un letal mentiroso, y sólo aquello quedó en el tiempo. ¿Tiempo?. Otra vez, la palabra “tiempo”. Y el tiempo quedó solo, apaciguo y desolado. Y quedó el señor como un alma sin pena, con dolor, sin sentido, sólo contra la piel un beso de su señora. Y desafío el frío, cuando sólo sintió el coraje de volver a ella. La ardiente pasión, desnudando el frío en cada latir del corazón, en cada flor del desierto imaginativo cuando le entregó flores a su señora una vez en invierno. Cuando su mente socavó en pensar sólo en ella. Quedó como huérfano de una opaca luz, de un infinito que quería a su nombre, que nombraba a su nombre como si fuera el primero o el último en llamar. Y quedó allí, como horro sin momentos, libertad sin destino, ni un paraíso hecho como Edén. Y quedó el tiempo, la sangre del tiempo, entre lo absurdo del tiempo. El egoísmo sucumbió en trance, deleitó en salvar su ego, pero, no pudo más, más que el mismo desafío. Y como una estatua de arena quedó en medio de todo aquel mar abierto. Y se supo que el destino fue y será transitorio como el percance de una ausencia. Y esa ausencia es, será y fue su señora. Que a escondidas de la pasión, finge aquí un calor naufragando en el dolor, en el coraje, gratinando el sufrimiento. June, un viejo de casi 60 años, no creía, no veía, en aquel mal recuerdo de su señora, de la vida y menos aún de la forma de amarse más que la contemplación misma. El señor, se imagina cuando fue joven y conoció a la señora. Fue un momento inesperado, el instante perfecto cuando se llegaron a conocer, a dar ese fruto deseado que se llamaba amor. Cuando no se percató que cupido había flechado a los corazones. Cuando el deseo se abrió de par en par. Cuando el amor hechizó lo que dejó en llanto la amargura de haber vivido en soledad. Y quiso ser ese amor de la señora, esa pasión clandestina, ese ardor en latir fuertemente un corazón. Y dejó la oscura soledad para convertirse en el amor sincero y tan real de la señora. Dejó la soltería, ir a solas a fiestas con amigos. Dejó saber que nunca más sería el burlón o aguafiestas de nadie. Tendría un amor, una novia, una pasión, un deseo de vivir, y tendría un nuevo destino de porqué luchar. Pero, todo quedó desde que el destino sucumbió en un trance, en un avance, en un percance, y me parece que se fue de este mundo. Cayó en un trance psicológico, patético, casi psicosis, veía fantasmas de su señora caminando por la casa entre la oscura habitación y el deseo de vivir junto a ella. Decidió visitar su habitación, una cama adorable, donde se amó intensamente, donde dejó unas huellas casi imperceptibles. Y unos momentos de jocosidad, entre lo absurdo de un instante, entre lo imborrable de unos besos que dejaron marca. Y sí, por supuesto unos hijos los cuales crecieron y emigraron de casa como ellos mismo lo hicieron un día. Por aquel amor casi perfecto, tan real como el cielo, como el sol, como la lluvia misma. Como el deseo de vivir junto a la señora. Y se dice que fue un amor casi total, dando fuerzas extrañas, hacia lo mágico del destino. Y se fue de la vida, llorando, casi apacible, sosegado, silencioso, con la mente tan abierta, tan irreal aquella fantasía de la sangre del tiempo por aquel suelo, por aquellas losetas casi nuevas de una casa edificada con tanto amor. Se quedó como un zombie, se quedó como un náufrago en medio del mar, como un cometa sin luz en plena oscuridad. Desde que el cielo se llenó de color, de un ígneo color, de un flavo y brillante color, entre el flas de ese destello en el cielo en el ocaso. ¿Y, volvió el ocaso, si era de noche, de madrugada? ¿Cómo es posible que el deseo se convirtiera en anhelos del instante en que la señora se quedó en el restaurante?. ¿Cuándo se quedó, ella?. Será que estaba silente al lado de su hombre, “no”, dijo el señor de casi 60 años. Y sintió el reflejo de la luz de un automóvil, en la calle, entre la acera, entre la avenida y el cruce de la esquina. Y “no”, otra vez, gritó el señor. Y se dice que el color de su semblante cambió de estado, de color, de sentido, de llanto a más amargura. Y casi se siente el deseo de amar, de volver a la juventud, cuando el sexo era casi primordial en amar ese cuerpo, esa piel, ese sentir, ese calor, esa luz en destello cuando el organismo llegaba al clímax. ¿Clímax?. ¿Qué culminación?, sino era más que el comienzo, el principio de todo aquello que era amar, pasión, ardor y emociones abiertas en la memoria. Un día llegó a sus vidas un hombre, y que era su primer hijo, le dijo muy sabio el hombre, por cierto, “bella pareja, que el tiempo llegue como llega el primer beso, suave, denso, pasional, y con tiempo para deshojar el amor en cada otoño como las hojas secas de primavera”. Y así, fue, su hijo con la predicción de aquel instante se debatió el deseo de volver amar. Y sí, aquella noche se amaron intensamente y les dejaron saber al dios del amor, de la sensualidad, de la pasión y del secreto de un corazón, a cupido, que sí, sus corazones flecharon y para siempre. Y supieron que el amor era total, era casi éxtasis, como lo diría un joven actualmente. Y con la sed y el hambre en el cuerpo quiso perpetrar aquello que era amor y pasión. Sucumbió en un proyecto de amor. En un cometido de la vida. En un delirio de los que acecha el corazón. Cuando se da el nerviosismo de una piel que siente el frío en la sangre, la compasión del tiempo, y del amargo instante de la vida. ¡Es la sangre del tiempo!. El que da reflejo en el suelo. Y socava la dulce atracción de un querer cuando en el corazón se bombea sangre. Como el latir de ese corazón que sabe de amar, de pasiones ardientes, y de emociones adyacentes. Contiguo es la conmoción de saber que el delirio se debate entre la espera. De saber que el destino depara una acción, depara una resolución si lo cumplido se hace como nace en el pensamiento. Se dice que el cielo brindó con copas de vino, de sangre entre Dios y la humanidad, cuando esa noche de bodas se amaron, codició el deseo, y la sangre del tiempo se venía venir. Como decir que la señora era tan virgen, como aquella agua de mar, tan salada y con tanto calor. Que derramó entre aquellas sábanas de color blanco, un hilo de sangre virginal, que la llevó a trascender entre las más bellas vírgenes de todo el cielo azul.Y todo lo recordó como si fuera ayer. Como si fuera universalmente ayer. ¿Ayer?. Y se preguntó. ¿Qué era ayer?. Si han pasado más de 40 años en ese instante. No es nada si estaba en su recuerdo, en su memoria, en el adyacente y en el percance de un instante. Se miró en el espejo, un reflejo de llanto corría por el rostro. Y era su manera de ver la vida, en ese momento en que dejó la cena, el restaurante y más aún a la señora. Y se miró fijamente y una lágrima con dolor salió de sus ojos y cayó como gota envenenada en la boca con su sabor tan agrio. Y subió a la escena algo tan misterioso, tan alucinante y casi imborrable de olvidar. Y fue toda su vida, el amor real y la codicia de volver a sentir lo que era el amor. En aquella escena, se debatió la sensación, el suspenso, la sensibilidad, de aquello que era una verdad o era todo falsedad. Esperó un momento, se sentó en un sofá de la habitación, indagaba en aquello que era un amor tan real, tan verdadero como la rosa y la espina, como el tiempo y las horas libres de aquello que era tan imperceptible de mirar, de observar, de admirar, de sentir y hasta de poder escuchar. Era su eterno amor, rodeado de tanta pasión ardiente, de tanto calor en la habitación, por aquello que era amor y pasión. Y cosechó algo que era tiempo. ¿Tiempo?. La sangre del tiempo, se veía venir, llegar y hasta descender de un cuerpo. El perro lo sigue, el vecino lo sigue, admira todo aquello que fue su vida pasada, su presente y su futuro en un destino casi imborrable. Irrumpió en todo aquello que era soledad, sosiego, clandestinaje, y desolación. Aquello que era tiempo y espacio. Y vacío de todo aquello en soledad fría, álgida y gélida se convirtió en aquello que era el acto más indecoroso, más insatisfecho, más casual, más sospechoso, cuando era un ademán lo que él hacía con su pasado y su presente se debatía entre la espera de un nuevo destino, ¿bueno o malo?. Se dijo el señor de casi 60 años, cuando se debió al intacto e inmóvil momento sin pensar, sin articular, lo que era toda aquella vida juntos. Pero, no regresaron juntos, del baile, de la cena y del restaurante. Se esperó a que el tiempo, edificara lo que en el ayer, se cansó de decir exactamente, lo que partió de un momento a otro. La soledad se llenó de ambigüedad, de sueños casi imposibles de sustentar en la decadencia de aquel instante. El frío condenso, el ambiente helado, y el corazón congelado se cruzó una senda y un camino angosto que debió de haber cruzado hasta llenar el corazón vacío. Pero, no cumplió con lo establecido, con lo cumplido, con lo prometido, con lo exacto entre dos cuerpos que sí se amaban como dos luceros, como dos aves que volando lejos alcanzaban el cielo y el viento. Pero, no quiso ser cómplice, ser avaro, ser egoísta, ser condenado y sentenciado a una manera tan vil de creer que el amor fue pasajero como el tiempo. ¿Tiempo?. La sangre del tiempo, quedó como un hecho siniestro, débil y atrayente a la manera de creer, de ver, de sentir y de escuchar lo que el silencio llamaba, al parecer de toda una comitiva de soledades inconclusas. El destino lleno de incertidumbres, de penumbras oscuras, de tinieblas frías, de tanto que llora por la amarga espera. ¿Qué dirá la señora, qué sentirá, no se merecía algo así, un hecho por un mal acto, que no se siente ni se percata que el señor se encontraba en mal estado, con un mal pensamiento, con un detenimiento al acecho de toda una vida marcada por el horror de un tiempo, de un segundo, de un minuto, de un momento, en que se guarda las más vil entrañas, de un dolor de un sufrimiento, en que se siente el rencor atado al corazón. Pero, ¿y el corazón?, ¿qué siente, qué padece, qué dicta el porvenir?. Pero, ¿y qué dice el silencio?, la paz subyugada, inalterada, sosegada, sin gente ni palabras, ni ruidos adyacentes y contiguos. Él, prosiguió, un monólogo en soliloquio, una espera, un sueño o una pesadilla, fue un instante, en que se hizo el momento en que la señora le dió su mano al caballero y un beso en la mejilla. Se hizo la espera en que se llenó de celos, se inundó de dolor, de amargura, de cansancio, de eternidad, de sosiego, de desasosiego, de libertad o condena. Se dice que el señor prosiguió, con su manera de pensar, de ver la vida, de observar todo aquello que era vida sustentada en la atracción más consecuente que era vivir. Un diminuto instante se llenó de ira, de dolor, al marrar el destino, el futuro no cambia, decía el viejo vecino de enfrente. Y se deleitó en la amarga espera en descifrar el tiempo. La cadencia del tiempo, en la jactancia, en la manera de vivir, en la sangre del tiempo, recia, seca y delirante. Y no dejó fundir más al viento, hundir el barco en que se encontraba, y apagar las velas de la oscuridad, cuando sin sentir, se dejó llevar por la manera de observar, de mirar el porvenir y cerró los ojos en un momento tan transitorio de dolor. Y los fantasmas aparecen, otra vez, en el destino misterioso y alucinante de desolación. Cuando en la amarga espera, se sentó al lado del perro, y él seguía, imaginando, pensando, alucinando la idea de ver a su señora al lado del caballero. Y no sintió celos, sino coraje de ver pasar la vida y más aún el tiempo. ¿Tiempo?. La sangre del tiempo, enfrenta un entierro de dolor, de fracasos, de vida y muerte, de soledad y de tiempo y espacio. De un evento casi impetuoso, doloroso, y no fabuloso como era el ayer. ¿Ayer?. Volvió la palabra ayer. Y si volviera el ayer como esa palabra. Desearía más el ayer, el pasado el usufructo de un comienzo y no un final. De esa manera de ver la vida, de observar la forma más adyacente de perpetrar un presente y con un porvenir tan incierto, tan verdadero y tan real como si fuera ayer. ¿Ayer?. La palabra ayer, sin un después, sin un antes, solamente ayer. Regresar al pasado, como si fuera único, tan real como poder haber vivido. Y el tiempo. ¿Tiempo?. La sangre del tiempo, regresaría como buscando un por qué, un recuerdo, un abismo con salida, un culpable o un siniestro momento. Se detuvo el tiempo. ¿Tiempo?. ¿Cómo detener el tiempo?, si la sangre corría palpitante, cálida, hirviente, electrizante, haciendo un camino, una senda hasta culminar en una zanja o una acera y la casa, la casa desolada, triste, sin compasión, sin destino, con un señor de casi 60 años. Era junio, el mes más cálido o caluroso del equinoccio, un verano tórrido, con un romance, pulso a pulso, gota a gota, pasión en cada pasión, y un recuerdo que sería para siempre. El señor de casi 60 años, se vé tentado, obsesionado, suprimido, deteriorado, acometido, decepcionado, en suspenso, detenido en el tiempo, entre las horas, minutos, y segundos, en el ocaso del tiempo, en la noche fría de un verano casi invierno, entre una condensa frialdad, entre una manera de entregar la razón en locura, y saber que el destino es fuerza si quieres luchar a vivir sin detenerse, sin razón de ser, con la sed en la boca, tan sediento de sus besos, y saber que el destino es fugaz como el viento, como la tormenta que atormenta, como la densidad del tiempo, y la camorra cotidiana. Y el tiempo como aliado no era el momento de ser cierto. Era tan incierto, como el mar como el cielo, como el viento, como el deseo, y se viene oscuro como la noche después del día. Decide ver el mundo al revés, a ver si el tiempo caduca, expira, sino volvía a ver a su señora con otro hombre. A ver si el destino enfriará más la tormenta que se avecina, que se aproxima, que se avienta sobre el cuerpo, sobre la memoria, o sobre el mismo enlace de un evento sin precedente. La sangre del tiempo, ¿tiempo?, venía a la mente, una sensación tan fría, tan desolada, tan escalofriante por tanto fantasma de color blanco y oscuro que veía, que notaba, que sentía y que percibía. Desde que la soledad atrajo lo que no podía ni escuchar ni sentir una compañía cerca del señor. Se debió a que la soledad llama la desesperación, la ansiedad, la falta de osadía, y la manera de ver la vida desde otra expectativa. El rumbo a tomar era incierto, era inocuo, trascendental, translúcido, casi irreal no había otra dirección, otra manera de extrañar aquello que era tan real y tan cierto en la vida. Quiso ser el amor, la pasión, y la fracción que divide el tiempo y espacio, como la ecuación más efímera, como la función más delicada, como la sustracción más débil, en deberle algo a la vida, al tiempo, al cuerpo, al amor, y al destino. Y quiso ir más allá de la realidad, de la verdad, de lo cierto, y fue el numen el que quiso la curiosidad, ir más allá de la vida, del amor, de la esencia, y de la ausencia de la señora. La señora vivaz, disfrutando aquello que era vida, goce, salud, y felicidad. Se llevó todo aquello del amor del señor, que era pasión, y que era todo aquello que partía desde el corazón, desde la razón, desde la locura, desde la distracción de una mirada hacia unos ojos llenos de amor. Sólo quedó el deseo de vivir, el anhelo de añorar, de querer amar y de sublevar todo aquello que era poder vivir sin fríos, sin inmovilidad, sin un inerte y constante pensamiento que lo llevaría a la locura, hacia un abismo tan cruel, tan vacío, tan lleno de amargura y dolor. Una carta escrita, dónde tener un papel y tinta se dijo, se encontraba turbado y en delirio, no se puede decir que el señor padece de “delirium tremens”, cuando no tiene ni una gota de alcohol en su sangre. Continuaba pensando, delirando, no tenía fiebre, sólo el deseo de ver todo aquello compuesto, en su lugar, arreglado, y bien dispuesto. Faltaba una sonrisa, un cariño, un amor, estaba decepcionado, estaba acostado en la cama, olfateando el olor de la señora, el camino hacia la nueva aventura, desnudando lo que era toda alma sin luz, sin sosiego, sin consuelo, sin la aventura de correr por aquel pasillo, detrás de la señora hasta caer en la cama donde se amaban tanto. No ocultó dolor, ni el pensamiento vago, clandestino, fugaz y veloz como el aire como el mar abierto, deseando abrir los ojos e ir lejos de ese lugar, ir lejos, volar lejos, como lo hacen lo pájaros al emigrar del nido. Pero, no, quedó allí, inmóvil en el tiempo, inerte e intacto como la raíz de un árbol, que no dió frutos, y el usufructo de lo vivido quedó en el recuerdo mal vivido, ¿Tiempo?. ¿Ayer?. ¿La sangre del tiempo?. ¿El amor?. Y la vanidad y la pretensión quedaron huérfanas, la elegancia de toda una vida, quedó en el ayer. Sí, en el ayer. Porque hoy, en el presente, se esfuerza el mundo por continuar, por borrar todo aquello que era falso, que era mentira, y que el mundo quiso ser más que la propia humanidad. Cuando deseó verse en el espejo, otra vez, vió a un ser viejo, arrugado, con canas, con toda una vida vivida y que ahora su señora no se encontraba en casa. Estaba abrumado, solo, y en soledad. Con esa chispa, con ese destello de la luna, de las estrellas, de aquellas tinieblas densas y frías y lloró más aún. Lloró hasta hacer de la vida un instante, un momento, una vida llena de sabiduría, de experiencias y vivencias gratas. Pero, quedó en soledad, otra vez, escuchó el silencio, escuchó el crujir de las hojas en la acera, escuchó el maullido de un gato cerca de la casa, y por supuesto el ladrido de su perro. Era el silencio, y, ¿qué era el silencio?. Es la paz nueva en cada amanecer, en cada atardecer y en cada anochecer. Pero, qué se escuchaba en la habitación un silencio ensordecedor. Que chillaba en el oído. Y el viejo de casi 60 años de edad, quiso gritar, se mordió los labios, su garganta estaba seca, con un sudor frío casi excesivo. Sudó frío, calor y luz apareció entre la puerta, era un rayo de luna. Era una estrella, que brilla entre la oscura casa, entre la manera de hacer brillar los ojos. Ahora, para colmo cayó lluvia, una nube densa, tropical, veraniega, y zucumbió en trance, en frío, con un corazón congelado, helado, álgido y sin sentido. El cielo gris, de tormenta, de una lluvia gélida, transparente, agua translúcida, tan fría como el hielo, al congelar la temperatura casi bajo cero, está sudoroso, aunque hace tanto frío, casi nevando. Pero, el cuerpo pide agua y sediento de sus besos, cae en un tórrido romance, en un trance casi imperfecto entre lo imperfecto y lo perfecto, entre lo incorrecto y lo correcto. Se debate entre la espera, se espera lo que no se espera. ¿La señora?. Sí. Espera a la señora. Espera la ilusión, la pasión, el amor, la emoción de tener ese corazón de frente, ese cuerpo, esa memoria por un gran recuerdo, casi invisible, casi imperceptible, casi tan frío como la tormenta que acaba de pasar, de terminar algo que comenzó, de fraguar en la mente algo inconcluso, inocuo, funesto. Quedó solo en ese instante, quedó desolado, inerte, intacto, inmóvil, casi en otro mundo. El recuerdo de la señora quedó para siempre, en un trance, en un momento. Y buscó aquello que era un simple hecho, como mirar desde su interior, desde su fuerza en el corazón el recuerdo de la señora. Y se detuvo aquello que se llama lluvia e hizo un silencio profundo, desolado, quieto, tan perfecto como es Dios. Y pensó. Si Dios existiera no estaría aquí, pensando en cosas tan despreciables si mi vida ha sido casi perfecta, menos estos celos incontrolables, y sin control vá mi vida, esperando a que el destino vaya de la mano. Y quedó inmóvil como el tiempo. ¿Tiempo?. La sangre del tiempo, quedó y para siempre entre los escombros de una casa habitada y vivida. Se fue el destino, la vida, el futuro, y la suerte de haber vivido, por haber sucumbido en un abismo tan cruel. Y quedó y para siempre entre aquel mal recuerdo. Solo y caminó el pasillo entero como dos veces más. Entró, otra vez, a la habitación y se desnudó y se miró en el espejo. Y se dijo que, se vió viejo, decaído, con la piel curtida envejecida, con arrugas, y demás vejez del tiempo que ha pasado desde que era joven. Y se miró una y otra vez, una y otra vez. Y decidió esperar a la señora así, desnudo, como lo había traído Dios al mundo, sin ropas, sin el vestido de esmoquin, sin el tiempo en que fue el señor y dador de vida de la señora. En que el mundo ha caído, ha sido el fin o el comienzo, o el desafío de un tiempo, en que la sangre del tiempo cayó, fue tan real como mirar su cuerpo en el espejo. Y se sentó en el sofá desnudo, y miró a sus pies, que no eran pies de atleta, sino unos pies que han cargado todo su peso y todo su cuerpo y que han caminado mucho, arrugados y con juanetes y se sintió el peor de los viejos de su edad. Y la señora, la señora divirtiendo su esqueleto, como ella misma decía por ser simpática. Debió de ser muy jovial cuando joven, se decía el caballero con que se divertía la señora. La señora sin saber ni sospechar, que el destino irrumpía en dolor, en amarga espera, y en una soledad que empezaría y que no acabaría. Se paralizó en un momento del baile con el caballero, y se dijo: -“ay, mi esposo, ¿dónde está?, le he sido infiel, oh, oh, oh”-. Y sale corriendo la señora de la cena, del restaurante, del baile, de la diversión y de la felicidad. Cruza la avenida, cruza la calle del Grito, cruza la acera, y otra avenida, llega a la esquina, observa la casa, la vé oscura sin luces encendidas, sin el perro ladrando afuera, y camina lento, despacio, cansada de caminar, vá y cruza la calle, su calle, donde la conocía, vivía por más de 40 años junto al señor. Abre el portón y la puerta con llave, y no detiene su paso, vá y camina en busca del señor, de su esposo, de su amante, de su amigo, ahora era todo aquello que olvidó y siente un desprecio, una desolación, un aire furtivo entre su blusa de lino, y un llanto en el interior en el corazón por ese amor tan grande que sentía por el señor. Camina entero el pasillo y entra a la habitación vé al señor, dormido, desnudo, con frío, sudoroso, extasiado y cansado también. La señora lo cubre, lo ama, lo besa, siente palpitar a su corazón, y se enamora más y más del señor. El señor se despierta, no vé a nadie, sólo vé la sangre del tiempo correr por la casa, venía de la cocina, el pasillo entero estaba ensangrentado, una sangre hirviente, cálida, densa, casi caliente del cuerpo que se desprendía, y vió toda la casa llena de sangre, hasta la acera y la zanja de la casa estaba llena de esa sangre, tan palpitante, tan recia, tan dura, tan bien hecha, tanta sangre se dijo. El viejo de enfrente sabía todo. Lo miraba, lo observaba con detenimiento, sin sospecha, sin rencores, sin odios. El viejo de enfrente siempre estuvo enamorado de la señora y él la seguía. Él seguía viendo la sangre, se tornaba pesada, de un color más denso, el silencio, otra vez el silencio, y el tiempo. ¿Tiempo?. La sangre del tiempo, llegó, apareció, se dió lo que se esperaba, lo que se veía venir, la sangre del tiempo, yá era ayer. ¿Ayer?. Pero, qué fue ayer, sino hubo tiempo de explicaciones. Él, corrió toda la casa en busca de dónde provenía esa sangre, esa plétora de sangre, de dónde salía, o venía, y se quedó inmóvil, intacto, inerte en el tiempo. El frío y desnudo entre el tiempo y la sangre del tiempo, así quedó cuando vió a su señora en la cocina, en el suelo y toda bañada en sangre desde sus piernas hasta la cintura. Fue una escena, un momento doloroso, él cayó encima de ella, llorando, pidiendo perdón, y la señora le dice: -“caminé mucho hasta llegar a tí, te amo demasiado”-. Le sobresalta el corazón, un paro cardiaco y muere la señora. Llega la ambulancia, llega el fiscal para el levantamiento del cadáver, y la escena queda cálida, transparente, y el señor de casi 60 años queda con traumas severos. En una casa que el número era falso, por cierto. Se dispone a salir de la casa un señor mayor de casi 60 años de edad. La casa está desolada y abandonada. Se dice que en ella, habitan fantasmas de color blanco y oscuros también. Y en ella, se dice que la sangre habita desde que murió la señora del señor June en el mes de junio del año pasado...Y, empieza la historia…